El catedrático de
historia contemporánea de la Universidad de Zaragoza, Julián Casanova, nos
ofrece en este ensayo un estudio de historia comparada al más alto nivel
académico centrándose en los tipos de violencia que sufrió el continente
europeo durante el siglo XX. Especialmente interesante es el capítulo 7 sobre
la violencia en Europa Central y del Este.
Julián Casanova
En las notas de un
discurso para las elecciones de 1922, Winston Churchill se refería a la “larga
serie de sucesos desastrosos que habían ensombrecido los veinte primeros años
del siglo XX: hemos visto en todo el mundo, en un país tras otro, donde se
había levantado una estructura organizada, pacífica y próspera de sociedad
civilizada, recaer en una secuencia espantosa de quiebra, barbarismo o
anarquía”.
La Primera Guerra Mundial
y la Revolución Bolchevique como sus principales
efectos habían transformado el orden internacional establecido e inaugurado un
periodo de inestabilidad política y económica de terribles consecuencias para
la población que lo vivió.
El economista John K.
Galbraith escribió muchos años después que, aunque su generación siempre
pensó en la Segunda Guerra Mundial“como el gran momento crucial del
cambio”, en realidad, desde el punto de vista social, las transformaciones
más decisivas las había provocado la Primera Guerra Mundial.
Según Hobsbawm, un
siglo XX “corto”, que duró solo desde 1914 hasta la desintegración de la
URSS en 1991.
Aunque está claro el
significado histórico que encierran estas dos fechas de inicio y final del
siglo “corto”, el análisis de la violencia indómita en Europa que propone el
autor en este libro rompe con esa periodización y la muy aceptada división del
siglo XX en dos mitades, de contrastes, una primera muy violenta y una segunda
pacífica. Esa división cronológica refleja un enfoque “europeo-occidental”,
elaborado sobre todo desde Gran Bretaña y Francia, que resta importancia o ignora
los diferentes procesos históricos de una amplia región de Europa Central y del
Este, así como de los países mediterráneos.
BREVE SINOPSIS DE
LOS CAPÍTULOS
Los dos primeros
capítulos examinan la tensión entre el mundo de privilegios,
lujo y poder en el que estaba instalada una parte de la sociedad europea antes
de 1914, en la que muy pocos anticiparon su hundimiento, y “el volcán que
estaba siendo alimentado por el poder explosivo del colonialismo”. El
reparto oficial del gran pastel africano desde los años ochenta del siglo XIX
significó un punto de inflexión para el nuevo imperialismo de las
principales potencias europeas, que contagió a amplios sectores de sus
sociedades con racismo, militarismo y etnonacionalismo.
Y fue en las colonias
donde comenzó la “orgía de violencia” que destruyó la vida de millones
de personas y que “rebotó” a Europa, volviendo a la dirección de origen, en
1914.
Varios historiadores,
por lo tanto, han identificado en los últimos años los componentes básicos
que desde finales del siglo XIX allanaron el camino a la violencia que
afloró con una fuerza e intensidad desconocidas en el continente europeo desde
el estallido de la Primera Guerra Mundial: el nacionalismo étnico-racista,
el imperialismo colonial, los conflictos de clase, agudizados por el
triunfo de la Revolución Bolchevique y una crisis prolongada del capitalismo.
Conforme avanzó el siglo XX, el número de víctimas civiles en las guerras
respecto a las militares no dejó de aumentar, constituyendo la mayoría de los
asesinados, mutilados y violados.
Los capítulos tercero y
cuarto, lo que denomina “culturas de guerra y revolución”,
cubren la primera gran oleada de violencia masiva que vivió el continente
europeo a causa de la Primera Guerra Mundial, las revoluciones rusas de 1917 y
las secuelas de los conflictos armados y el paramilitarismo que dejó la quiebra
de los imperios y del sistema tradicional de poderes en una gran parte de
Europa Central y del Este. Porque, aunque oficialmente duró cuatro años y tres
meses, la Primera Guerra Mundial no acabó en noviembre de 1918 con el
armisticio, sino que fue seguida de una oleada de violencia paramilitar, de
“brutalización” de la política y de glorificación de las armas, de la violencia
y de la masculinidad.
Tras la Gran Depresión,
que comenzó a sentirse con fuerza a partir de 1930, la democracia aguantó sólo
en unos pocos países y un nuevo autoritarismo, representado por los
fascismos y los movimientos populistas de derecha radical, triunfó en todos
los demás, en un continente económica y políticamente roto. Fascismo y
violencia fueron unidos desde el principio, porque los fascistas
contemplaron la violencia no solo como un instrumento en la lucha política,
sino como el “elemento unificador” de su propia existencia.
En el capítulo quinto,
“la violencia sin fronteras”, se hace un recorrido
transversal por diferentes casos extremos de violencia, principalmente la
limpieza étnica, el genocidio y la violencia sexual.
La limpieza étnica y el
genocidio son formas de violencia que persiguen a las personas
por su raza, religión, nacionalidad o etnicidad y aunque no siempre coinciden
en la dimensión y magnitud de la destrucción, ambos fenómenos aparecieron
juntos en cuatro diferentes “oleadas de violencia” de la historia del
siglo XX. La primera comenzó con la guerra de los Balcanes en 1912 y
finalizó con el Tratado de Lausana de 1923. La segunda coincidió con el
periodo de hegemonía nazi en Europa y con el momento en el que la Unión
Soviética de Stalin pasó de la persecución de determinados grupos sociales,
especialmente campesinos, a las deportaciones masivas de grupos definidos por
su nacionalidad. La tercera, menos mortal pero con más población
desplazada, ocurrió en el momento final de la Segunda Guerra Mundial y en los
años posteriores. La última tuvo lugar en la antigua Yugoslavia en los
años noventa cuando se creía que la limpieza étnica y el genocidio eran hechos
de una “era de atrocidad” dejada ya atrás décadas antes.
Fueron precisamente las
violaciones masivas de mujeres musulmanas en Bosnia-Herzegovina
-y el subsiguiente reconocimiento internacional como crímenes de guerra- las
que orientaron una nueva historiografía de estudios sobre la violencia sexual
en otras guerras, revoluciones y contrarrevoluciones, posguerras y ocupaciones
militares, desde el genocidio de los armenios a la Francia de Vichy, el
Holocausto, la Italia de Mussolini o la España de Franco. Los diferentes
conflictos armados que jalonaron el siglo XX europeo crearon un entorno con
dinámicas específicas y excepcionales de violencia sexual, de licencia para
violar de forma repetida y como espectáculo público.
Las dos guerras mundiales
y las revoluciones de 1917 fueron las escuelas en las que se forjaron los
principales lazos de sangre, étnicos, nacionalistas y de clase a través de los
cuales se han construido los relatos, argumentos y acontecimientos más
relevantes. Pero la Segunda Guerra Mundial tampoco acabó en 1945 y en los tres
años siguientes cientos de miles de personas fascistas, colaboracionistas y
criminales de guerra fueron víctimas de violencia retributiva y vengadora.
En el capítulo sexto se
analiza ese amplio catálogo de sistemas de persecución,
desde linchamientos hasta sentencias de muerte, prisiones y trabajos forzados.
Los soldados soviéticos, en su avance por el este y centro de Europa, saquearon
y violaron con desenfreno. En las grandes capitales de Budapest, Viena y Berlín,
liberadas por el Ejército Rojo tras fieros combates, del 10% al 20% de las
mujeres fueron violadas, una historia silenciada durante largo tiempo, hasta el
derrumbe del comunismo en 1989.
La violenta derrota del
militarismo y de los fascismos allanó el camino para una alternativa que había
aparecido en el horizonte de Europa Occidental antes de 1914, pero que no se
había podido estabilizar después de 1918. Era el modelo de una sociedad
democrática, basado en una combinación de representación con sufragio universal,
estado de bienestar, con amplias prestaciones sociales, libre mercado, progreso
y consumismo.
A partir de 1945 la
cultura dominante en la política y en la sociedad democráticas rechazó la
violencia. Esta continuó, sin embargo, en los Estados del
bloque soviético dominados por los partidos comunistas, aunque cambiara sus
formas y manifestaciones, así como en las dos únicas dictaduras
ultraderechistas surgidas con los fascismos antes de 1939, en Portugal y
España, y que se perpetuaron durante las tres décadas posteriores a la
Segunda Guerra Mundial. De 1967 a 1974, la persecución política, las
cárceles, la tortura y los asesinatos formaron parte de la vida cotidiana en Grecia,
durante el régimen de los Coroneles. Fueron las anomalías más
importantes en la trayectoria histórica de Europa Occidental democrática y
capitalista durante la segunda mitad del siglo XX.
La victoria de Stalin en
la Segunda Guerra Mundial le proporcionó una oportunidad sin precedentes para
imponer su visión del comunismo en los países vecinos.
Eso es lo que el autor
narra en el capítulo séptimo, los caminos diferentes y escenarios de
confrontación que vivieron los ocho países que componían ese amplio territorio
al que se llamó Europa del Este, desde la ocupación por el Ejército Rojo en
1945 hasta las guerras de secesión de Yugoslavia.
Entre 1989 y 1991 el
mundo contempló un acontecimiento extraordinario, la disolución pacífica de un
gran poder multinacional. Pero quedaba Yugoslavia.
Julián Casanova finaliza
el libro con una aproximación a cómo se recuerdan esos pasados fracturados
desde el presente dividido. Las cicatrices visibles u ocultas que ha dejado ese
siglo XX de violencia indómita.
Como no hay una única
historia europea, sino múltiples historias que se superponen y entrecruzan una
con otra, el autor ha intentado situar las principales manifestaciones de la
violencia en un contexto transnacional y comparado. Tampoco hay una teoría
general sobre la violencia, ni los casos específicos ayudan por sí solos a
establecer lo que ha sido su principal propósito: descubrir y conceptualizar la
lógica de la violencia a través de similitudes y diferencias entre los
distintos episodios históricos.
Este es un libro sobre el
siglo XX europeo, en el sentido más amplio, y no solo sobre Europa Occidental.
La historia con mayúsculas de los “grandes personajes” -principalmente
hombres blancos y cristianos- se cruza, encuentra y, a veces, choca con
historias en minúsculas de la multitud, de hombres y mujeres anónimos. Como
prueba de que la Historia nunca es una calle de una sola dirección. Y la forma
de narrar que ha elegido el autor plasma también esa evolución, se vuelve más
sombría conforme la violencia individual del atentado contra reyes y tiranos
dio paso de forma definitiva a la de masas, a la eliminación de grupos
definidos por la clase, la raza, la religión o la nación.
Las fuentes históricas
siempre son fragmentarias, iluminan algunos aspectos y
acontecimientos y dejan otros en la oscuridad. Esos últimos son precisamente
los que los historiadores debemos buscar.
Lo que aparece en muchas
ocasiones con la etiqueta de “histórico” se refiere más bien a tradiciones
inventadas. Los pasados fracturados se recuerdan desde presentes
divididos. Las memorias se cruzan y la historia europea compartida es matizada
y bloqueada por las diferentes memorias nacionales.
Los recuerdos y
conmemoraciones de pasados difíciles y violentos plantean enormes desafíos a
los historiadores que intentamos diferenciar entre historia y memoria, entre
conocimiento documentado y subjetividad.
Las memorias cambian con
el tiempo, conforme la sociedad y la política evolucionan, y se transforman
también sus maneras de difusión en los medios de comunicación.
Ya lo advertía Tzvetan
Todorov hace más de dos décadas: hay una distinción “entre
recuperación del pasado y su subsiguiente utilización”. El historiador
no es un mago capaz de desvelar completamente el pasado, sino una guía que
estimula a leer y pensar críticamente.
Por lo tanto, no hay una
única historia europea, sino múltiples historias que se superponen y se
entrecruzan unas con otras.
Hoy más que nunca es
necesario el trabajo de los historiadores y marcar con una fijación extrema en
nuestras mentes la siguiente frase:
Quiero comenzar el año
2022 elaborando una disertación del ensayo histórico titulado “Extrema
derecha 2.0. Qué es y cómo combatirla” de la editorial Siglo XXI
escrito por el historiador italiano afincado en Barcelona Steven Forti.
Steven Forti
Como diría Mark Twain “la
Historia no se repite, pero rima”. Y de eso trata este libro, de cómo los
ecos del pasado ultraconservador y reaccionario europeo del periodo de
entreguerras tienen su reflejo en los nuevos partidos políticos de extrema
derecha creados en los últimos veinte años, pero centrándose en las
características propias y los cambios que han experimentado éstos para
adaptarse al contexto actual del siglo XXI. Forti recalca que este fenómeno de “la
Internacional Reaccionaria” es global y hay que estudiarlo de forma
comparada entre países para poder entenderlo correctamente. Aunque se centre en
los casos europeos de Polonia, Hungría, Italia, Francia, Reino Unido y España, también
hace alusión a los Estados Unidos de Donald Trump y al Brasil de Jair
Bolsonaro.
Enric Juliana
El libro comienza con un
magistral prólogo del periodista del diario catalán La Vanguardia Enric
Juliana. En él, Enric expone las causas que trajeron el fascismo en
el periodo de entreguerras y utiliza muy finamente la ironía a la hora de
resaltar cómo la prensa de aquel momento favoreció la rápida expansión de este
fenómeno histórico.
“El periodista italiano
Benito Mussolini dirigía un diario digital muy atento a la amargura de los
soldados que habían salido lisiados y traumatizados de los duros combates de la
Primera Guerra Mundial, la gran carnicería europea del siglo XX. Los aduló, los
organizó y los convirtió en fuerza de choque contra el sindicalismo agrario.
Gracias a ellos, alcanzó el poder a finales de 1922, pronto hará cien años.
Gracias a ellos, la palabra fascismo todavía nos persigue. […] Al frente de su
diario digital (que no se llamaba OK Giornale -OK Diario-) organizó
políticamente aquella corriente de odio que embargaba a los hombres que habían
ido a la guerra y que ahora pedían caridad por las calles o malvivían en los
suburbios.
[…] Evidentemente, Benito
Mussolini no dirigía un periódico digital, puesto que esta tecnología no
existía en los años veinte del siglo pasado. Dirigía un periódico impreso de
gran tirada, que llegó a tener una enorme influencia. La prensa movilizó muchas
pasiones políticas en los siglos XIX y XX. La letra impresa era tremendamente
poderosa en ausencia de imágenes animadas. La prensa llevó a mucha gente a la
guerra. Cuando a la letra impresa se le sumo la voz radiada, las puertas del
templo se abrieron para los nuevos césares histriónicos. Y cuando aparecieron
los primeros noticiarios filmados, el Duce italiano alcanzó su cénit de
popularidad. Benito Mussolini se convertía en el primer jefe de gobierno de la
era moderna que aparecía con el torso desnudo ante sus ciudadanos: un
cincuentón musculoso trabajando en la cosecha: la batalla del grano. Un
político ultramoderno. En todos los países aparecieron imitadores.”
Uno de los miedos
recurrentes en los últimos años en el mundo occidental es el de un futuro
marcado por gobiernos autoritarios y populistas, el declive de las democracias
liberales, el fin del Estado de derecho e, incluso, el regreso del fascismo. En
realidad, si contemplamos el panorama existente no debería extrañarnos: el
populismo se ha convertido en una marca de nuestra época, la extrema derecha
avanza por doquier y gobierna o ha gobernado en diferentes países, mientras que
en otras latitudes el autoritarismo es ya un modelo de gobierno aceptado, desde
Rusia a India, pasando por Filipinas, China o Turquía. Las distopías del futuro
son, en buena medida, una parte de la realidad que nos ha tocado vivir.
Este libro se mueve entre
la historia y la ciencia política e intenta explicar qué es y de dónde viene la
nueva extrema derecha, cuáles son sus relaciones con el populismo, qué
diferencias tiene con el fascismo de la época de entreguerras y cuáles son sus
tácticas, estrategias y objetivos. En síntesis, si no sabemos qué es esta
nueva extrema derecha va a ser imposible tomar medidas para frenarla y
combatirla. La ultraderecha, en suma, no desaparecerá de un día para otro
porque las razones que explican su surgimiento y avance dependen de los cambios
profundos que han vivido, están viviendo y vivirán nuestras sociedades.
Este libro está
estructurado en cuatro capítulos. En los dos primeros se explicará qué es la
nueva extrema derecha. Será necesario, por tanto, afrontar la
cuestión de cómo definir este fenómeno, teniendo en cuenta el debate que se ha
dado en los últimos tiempos a nivel académico y en la opinión pública.
Consecuentemente, en el primero, se intentarán superar los dos
principales escollos que dificultan su comprensión: el del populismo y el
del fascismo. Para realizar esta operación, es imprescindible no solo
analizar las principales interpretaciones que se han ofrecido hasta ahora, sino
también volver a los orígenes; es decir, entender el populismo y el fascismo
como fenómenos históricos.
Superados o, por lo
menos, circunnavegados estos dos enormes obstáculos se podrá ofrecer, en el segundo
capítulo, una definición de la extrema derecha 2.0, haciendo hincapié en
sus características principalesy mostrando cómo, más allá de las
divergencias, a veces supuestamente insalvables, que tienen las distintas
formaciones y movimientos acerca de temas como la economía, los valores y
geopolítica, se trata de una gran familia internacional. Con todo, no se
podrá evitar hablar de las causas de sus avances y su organización a escala
europea.
En eltercer
capítulose profundizará en las analogías y las divergencias con el
fascismo histórico para mostrar que la nueva ultraderecha no representa
sencillamente unas viejas ideas cubiertas de nuevos ropajes. Si bien no faltan
elementos de continuidad con el pasado, se mostrará la radical novedad de este
fenómeno bajo al menos dos puntos de vista. En primer lugar, la capacidad
para utilizar las nuevas tecnologías digitales ha permitido a la extrema
derecha 2.0 salir de la guetización del neofascismo y difundir o, mejor dicho,
viralizar su discurso y sus ideas, convirtiéndolas en muchos casos en aceptables
o, más aún, de sentido común para buena parte de la población. En segundo
lugar, se abordará la renovación ideológica de la cual ha podido beber la
extrema derecha 2.0.
El capítulo cuarto se
presenta como un cierre propositivo: después del análisis e interpretación del
fenómeno, se propondrá una especie de breve manual de instrucciones para
combatir la extrema derecha. Se delineará, en síntesis, una
posible respuesta poliédrica y multinivel que se podría desarrollar y poner en
práctica para frenar su avance, prestando especial atención a las medidas que
se deberían implementar desde las instituciones, los partidos democráticos, los
medios de comunicación, la sociedad civil y los movimientos sociales.
Adaptando por enésima vez
la frase de Karl Marx, podemos afirmar que “un fantasma recorre
Europa”: el fantasma de la ultraderecha. Ya no cabe duda de
ello, por lo menos desde 2016. Ese año se debe interpretar como un claro punto
de inflexión debido a dos grandes acontecimientos: en Reino Unido ganó el Leave
en el referéndum del mes de junio y menos de cinco meses después Donald Trump
se hacía con la victoria en las elecciones presidenciales de Estados Unidos.
A estos dos eventos deberíamos sumar también el golpe de Estado fallido en Turquía
del mes de julio que dio pie a un marcado giro autoritario de Recep Tayyip
Erdogan. A partir de aquel entonces, en todo el mundo occidental el avance
de partidos de extrema derecha se hizo cada vez más tangible.
Le Pen, Hofer, Salvini, Bolsonaro, Kaczunski, Abascal, Orbán y Jansa
En 2017, Marine Le Pen
conseguía el 34 por 100 de los votos -unos 10 millones de sufragios- en la
segunda vuelta de las presidenciales francesas y el Partido de la Libertad
Austriaco (EPÖ) accedía al gobierno del país alpino en coalición con los
populares, tras haber estado muy cerca, el año anterior, de hacerse con la
presidencia de la República con su candidato, Norbert Hofer. En la
primavera de 2018 la Liga de Matteo Salvini formaba un Ejecutivo
nacionalpopulista con el Movimiento 5 Estrellas (M5E) en Italia y a
finales de año Jair Bolsonaro se convertía en presidente de Brasil.
Además, por esas mismas fechas, la entrada en escena de Vox en
Andalucía, seguida al año siguiente por la de Chega! En Portugal, ponía
fin a la que se denominó con ingenuidad la “excepción” ibérica. En la
primavera de 2019, el ultraderechista Partido Popular Conservador de Estonia
(EKRE), tras haber obtenido casi el 18 por 100 de los votos, entraba en un
Ejecutivo de coalición de derecha en Tallin y en las elecciones europeas del
mes de mayo los partidos ultraderechistas obtenían su mejor resultado tanto en
votos como en escaños: en cinco países -Francia, Gran Bretaña, Italia, Polonia
y Hungría- la ultraderecha fue el partido más votado. Podríamos seguir con esta
panorámica a vista de pájaro mirando también al norte y, sobre todo, al este
del viejo continente, donde tanto Jaroslaw Kaczunski como Viktor
Orbán han dado pasos de gigante hacia un modelo de democracia iliberal
en Polonia y Hungría, respectivamente. El país magiar, en
realidad, se ha convertido en un verdadero régimen autoritario en el corazón de
la Unión Europea. Y Eslovenia, tras la vuelta al gobierno a principios
de 2020 de Janez Jansa, el “discípulo dilecto” de Orbán, parece
que está tomando el mismo camino. Las
nuevas extremas derechas, pues, son hoy un actor político de primer plano en
todo el mundo occidental, se sientan ya en todos los parlamentos nacionales
europeos -las únicas excepciones son Irlanda y Malta- e incluso gobiernan en
algunos Estados.
Modi, Duterte, Putin, Erdogan y Xi Ping
A esta sombría escena,
bastante eurocéntrica a decir la verdad, debemos añadir también lo que pasa en
otras latitudes. Desde 2014 India está presidida por Narendra Modi,
cuyo partido, el nacionalista hindú Bharatiya Janata Party (BJP), dispone
de mayoría absoluta en el Parlamento del segundo país más poblado del mundo. En
2019, Modi ha revalidado la presidencia, mejorando sus resultados. Tres años
antes, Rodrigo Duterte, conocido con el apodo de El Castigador
por su mano dura contra la criminalidad en la larga etapa que ostentó la
alcaldía de Davao, se hizo con la presidencia de Filipinas: durante su
mandato, la guerra contra el narcotráfico ha sido la justificación para la
aprobación de medidas autoritarias, los asesinatos y el recorte de derechos.
Hoy en día Putin lleva ya más de dos décadas en el poder en Rusia:
tras la última reforma constitucional podría quedarse en la presidencia hasta
2036. Algo similar puede decirse de Turquía donde Erdogan lleva
en el poder desde 2003, entre los cargos de primer ministro y presidente de la
República. Y podría quedarse hasta 2029 ó 2034 después del giro
presidencialista de la reforma de la Constitución de 2017. No hace falta
mencionar el caso chino, sin duda muy distinto comparado con todos los anteriores,
pero también sintomático de la que podemos definir como la ola autoritaria
global que nos está, literalmente, sumergiendo.
Sin embargo, tampoco se
trata de algo totalmente nuevo o que deba sorprendernos. Desde que se derrotó a
los fascismos históricos en la Segunda Guerra Mundial, ha habido 3 olas
ultraderechistas documentadas de manera rigurosa. Según Cas Mudde, con
el nuevo milenio habría empezado una cuarta ola caracterizada por un importante
aumento de los consensos de las formaciones ultraderechistas y su
desmarginación, es decir, la aceptación de las ideas propias de la que Mudde
define derecha radical populista por parte de los partidos
tradicionales de la derecha que, además, consideran a estas formaciones como
socios de coalición aceptables.
En los últimos años, y
aún más en el último lustro, se han vertido ríos de tinta para intentar
describir e interpretar este fenómeno. Estamos lejos de llegar a un consenso en
cuanto a su denominación. Hay quienes proponen llamarlo populismo de derecha
radical, otros se decantan por nacionalpopulismo, hay quienes abogan
por posfascismo y quienes defienden la utilización del término fascismo
a secas. Esto provoca que su estudio sea muy complicado ya que definir un
fenómeno es el primer paso para poder entenderlo.
Es indudable que el populismo
se ha convertido en un cajón de sastre donde poner todo lo que no encaja en el
pensamiento y la práctica política tradicional en una época que ya no es
líquida, como dijo Zygmunt Bauman, sino más bien gaseosa.
El populismo es
pues “una forma de democracia electoral autoritaria”, puede ser de
izquierda, centro o de derecha y tiene puntos en común con el neofascismo -la
mitificación del pueblo, el liderazgo carismático, la identificación del pueblo
con una comunidad nacional que para el populismo de derecha radical se define
en términos étnicos-, pero también diferencias. Así “cuando el populismo se
vuelve antidemocrático totalmente, deja de ser populismo” y se convierte en
una dictadura.
Le Pen, Berlusconi y Tsipras
Koen Abst y Rudi Laermans
diferencian tres manifestaciones principales de populismo en el actual contexto
europeo: el populismo de derecha radical, el populismo neoliberal y el
populismo social o de izquierdas. Poniéndole cara a estas categorías, Le
Pen, Berlusconi y Tsipras vendrían a representar las tres manifestaciones
del populismo actual.
La democracia liberal ha
entrado en crisis porque se han disipado las contingencias
históricas que le habían permitido asentarse. Es decir, se iban a desvanecer en
el aire un crecimiento económico -el de la posguerra mundial-, que redujo las
desigualdades y permitió un aumento generalizado del nivel de vida; unos
medios de comunicación moderadores del debate nacional que operaban como
barreras a la difusión de ideas extremas; una composición étnicamente
homogénea de las sociedades occidentales que evitaba que la cuestión de la
identidad nacional cobrase centralidad en la competición política. La triple
crisis -económica, política y migratoria-, junto a la profunda
transformación de los medios de comunicación tradicionales -y el
desdibujamiento de su papel de generadores de opinión- a causa del auge de
internet y las redes sociales, hicieron saltar por los aires este equilibrio.
Si quisiéramos ponerle
unas fechas a esas tres crisis serían posiblemente 2001, 2008 y 2015.
Ataque a las Torres Gemelas el 11/09/2001
El ataque del 11 de
septiembre de 2001 a las Torres Gemelas de Nueva York
cerró abruptamente unos “dulces” años noventa marcados, al menos en Occidente,
por la fe neopositivista en el progreso, la democracia y el fin de los
conflictos internacionales. Fue la década del “fin de la historia” de Francis
Fukuyama, de la pax americana, del consenso de Washington, de las
terceras vías socialdemócratas y de la aceleración del proceso de construcción
de la Unión Europea. El 11S significó un neto cambio de paradigma con el
inicio de la guerra al terrorismo y, consecuentemente, del aumento
exponencial de la islamofobia en la mayoría de los países occidentales.
Quiebra del banco de inversiones Lehman & Brothers
La quiebra de Lehman
Brothers, el cuarto banco de inversión más grande de Estados
Unidos, el 15 de septiembre de 2008 fue la espoleta de la crisis más
grande del capitalismo desde 1929. Las políticas de austeridad aplicadas en los
años siguientes, y en Europa especialmente tras la crisis de deuda soberana de
2010, pusieron sobre la mesa no solo los excesos del sistema capitalista, sino
también la profunda crisis que estaba sufriendo el modelo neoliberal,
por aquel entonces hegemónico en Occidente desde hacía unas tres décadas. El
optimismo desenfrenado de los años anteriores se convirtió, de repente, en un
pesimismo que mezclaba estallidos de indignación y rabia -desde el 15M,
pasando por Occupy Wall Street, hasta las Primaveras Árabes-, con
una desilusión aceptada y una creciente resignación por parte de una población
que se despertaba resacosa y malhumorada de un largo espejismo.
Campamento de refugiados de Lesbos
La tercera crisis ha sido
la migratoria o de los refugiados de 2015, ampliada por la
cobertura que de ella hicieron la mayoría de los medios de comunicación,
creando un verdadero clima en que las ideas ultraderechistas sobre la supuesta
“invasión” de extranjeros pudieron calar con más facilidad. Además, la
incapacidad de la Unión Europea para gestionar de forma conjunta la crisis
agravó aún más, si cabe, el problema, no obstante, la canciller alemana
Ángela Merkel intentó, con notable valentía, dar el buen ejemplo al decidir, a
finales de agosto de 2015, abrir las fronteras de su país a los migrantes. Sin
embargo, no todos los líderes europeos siguieron su estela. El primer ministro
húngaro Viktor Orbán construyó una valla de 175 kilómetros en las fronteras con
Serbia; Nigel Farage utilizó las imágenes de las colas de migrantes para
defender el Brexit; y la primera gran medida que tomó Matteo Salvini al ser
nombrado ministro del Interior en junio de 2018 fue cerrar los puertos
italianos y criminalizar a las ONG que salvaban a migrantes en el Mediterráneo.
A estas tres crisis
(2001, 2008 y 2015) habría que añadir dos episodios previos que marcaron
el desarrollo de los acontecimientos.
Caída del Muro de Berlín
Por un lado, el final
de la Guerra Fría, entre 1989 y 1991, significó no solamente un cambio de
época con el paso de un orden bipolar a uno unipolar -según el historiador
británico Eric J. Hobsbawm fue entonces cuando se cerró el “breve” siglo
XX-, sino también una profunda transformación, más o menos radical, más o menos
rápida, en todos los sistemas políticos, empezando por los países del antiguo
bloque comunista.
Ronald Reagan y Margaret Thatcher
Por otro lado, y aunque
nadie haya reparado en él, sigue habiendo un elefante en la habitación: la
revolución neoliberal de Thatcher y Reagan, empezada con la crisis de la
estanflación de la década de los setenta y las victorias conservadoras en
Reino Unido y Estados Unidos en 1979 y 1980, respectivamente. La
desregularización del capital, la privatización de bienes y servicios públicos,
la reducción de la progresividad fiscal, la disminución del Estado del
bienestar y los ataques a las organizaciones sindicales y de trabajadores han
conllevado un paulatino proceso de desmantelamiento de la sociedad,
despolitización y desdemocratización, es decir, de vaciamiento de la democracia
entendida como soberanía popular y poder político compartido. Obviar, en
síntesis, las consecuencias de la hegemonía neoliberal a partir de principios
de los ochenta nos impediría entender tanto la eclosión del mal llamado
populismo como el avance de la nueva ultraderecha.
Una de estas
consecuencias es, sin duda alguna, el aumento de la desconfianza hacia los
partidos tradicionales y las instituciones que ha llegado a trasladarse al
propio sistema democrático. Un claro síntoma de esto es la
elevada abstención que suele haber en casi todos los procesos electorales
recientes. La participación electoral ha ido variando según el contexto y el
momento, dependiendo también de dinámicas políticas internas, pero, excepto en
casos de fuerte polarización como el referéndum británico de 2016, las
presidenciales norteamericanas de 2020 o las elecciones catalanas de 2017, el trend
es de un aumento, más o menos marcado, de la abstención en todos los países
occidentales.
En la última década se ha
venido creando una verdadera crisis cultural y de valores que atañe
especialmente al mundo occidental. Nuestras sociedades están cada vez más
deshilachadas y atomizadas; además, carecen de referentes culturales y morales.
Como apunta Enrique Ujaldón Benítez, las transformaciones generan miedo y el
miedo es uno de los combustibles del populismo. Y, obviamente, de la
ultraderecha.
Llegados a este punto es
preciso que nos hagamos la siguiente pregunta ¿Qué fue el fascismo? Ya hemos
explicado en qué consiste el populismo y ahora nos toca adentrarnos en este
otro fenómeno histórico siempre recurrente a la hora de hablar de la
ultraderecha en la actualidad.
Mussolini y Hitler ante las masas
El fascismo fue un
movimiento político que nació al final de la Primera Guerra Mundial y que vivió
su apogeo en las dos décadas siguientes en todo el continente europeo: su
arraigo y propagación fue favorecida por la crisis económica de 1929 y por la
llegada al poder de Hitler en Alemania en enero de 1933 y su
expansionismo militar durante la Segunda Guerra Mundial. Nadie pone en duda que
la cuna del fascismo fue Italia con la fundación, en marzo de 1919, de
los Fasci di Combattimento, así como considerar que la llegada al poder
de Benito Mussolini a finales de 1922 y, sobre todo, su giro autoritario
a comienzos de 1925, permitieron que allende los Alpes se mirara con interés a
ese nuevo fenómeno político, planteándose adaptarlo o directamente importarlo.
Resumiendo, y
simplificando un poco, el fascismo fue una de las respuestas que se dieron al
ingreso de las masas en la historia y en la vida política; una respuesta que
mostró cómo también la derecha, y no solo la izquierda, podía y sabía, a su
manera, organizarse en partidos de masas.
La percepción y el
convencimiento de que el fascismo era un fenómeno revolucionario era extendida
en los años de entreguerras.
Definir a la ultraderecha
actual como fascista sería demasiado simple e incorrecto. Así, Cas Mudde,
uno de los mayores expertos sobre estas temáticas, propone hablar de ultraderecha,
una macrocategoría -que “no es singular, sino plural”- en la cual
entrarían tanto la extrema derecha como la derecha radical. Ambas
se oponen al consenso liberal de posguerra, pero tienen unas posturas distintas
a propósito de la democracia: la primera es esencialmente antidemocrática, esto
es, que rechaza la esencia misma de la democracia, mientras que la segunda es
“anti-liberal-demócrata”, es decir, que “acepta la esencia de la democracia,
pero se opone a elementos fundamentales de la democracia liberal, y de manera
muy especial, a los derechos de las minorías, al Estado de derecho y a la
separación de poderes”. La primera sería revolucionaria y la segunda
reformista, así que solo la derecha radical puede ser populista porque, según
Mudde, el populismo es, al menos teóricamente, prodemocrático. Asimismo, Mudde
considera que en la cuarta ola, que ha empezado con el nuevo milenio, la
ultraderecha se ha desmarginalizado y normalizado.
La nueva extrema derecha,
en cambio, no solo critica a las democracias liberales, sino que se opone
claramente a su misma esencia y propone, más o menos explícitamente,
transitar hacia un sistema distinto, como muestra el caso de la democracia
iliberal de Hungría. Si llamamos derecha radical a Orbán, Trump o Salvini
lo que estamos haciendo es, a fin de cuentas, blanquearlos.
Recordad la siguiente
frase de la socióloga Beatriz Acha Ugarte “no se puede rechazar la
democracia liberal sin rechazar también, de alguna manera, la democracia”.
CAPÍTULO
2: EXTREMA DERECHA 2.0: UNA DEFINICIÓN.
Nos encontramos ante un
fenómeno radicalmente nuevo. La Liga, Alternativa para Alemania, el Partido de
la Libertad holandés, la Agrupación Nacional o Fidesz no son el partido milicia
fascista de la época de entreguerras. Como mucho, y no todos, llenan su retórica
de la grandeza nacional del pasado: la Hungría milenaria de Orbán, el “Make
America Great Again” trumpista o la Iberosfera de Vox, que le guiña el ojo
a la memoria del Imperio español. Los ultras de la actualidad visten camisa
y americana, a veces incluso se ponen una corbata: ya no se les ve con
cabeza rapada, chupas de cuero y esvásticas tatuadas haciendo el saludo romano
en concentraciones autoguetizantes. Esto no quiere decir que no sean
peligrosos. Estas formaciones son hijas de este comienzo del siglo XXI, de sus
transformaciones, miedos y percepciones.
Eso sí, todas estas
formaciones y sus líderes son demagogos y utilizan sin duda alguna las
herramientas populistas porque nos encontramos en una fase o momento populista.
De igual modo, todas estas formaciones han demostrado ampliamente saber
aprovechar más y mejor que los partidos tradicionales las nuevas tecnologías,
comenzando por las redes sociales -Facebook, Twitter, Instagram, Whatsapp, Tik
Tok, etc.- y continuando con la perfilación de datos de forma alegal o
directamente ilegal, como demostró el escándalo de Cambridge Analytica.
¿Por qué no podemos
definir como fascistas a Salvini o a Trump? La respuesta está en los contextos
históricos: el fascismo es una experiencia que tiene
unos límites cronológicos claramente establecidos (1919-1945), y por ello la
macrocategoría de fascismo es útil para el periodo de entreguerras. Ahora es
necesaria otra macrocategoría para definir este nuevo fenómeno que se está
produciendo en la actualidad.
Llegados a este punto,
para entender el significado del término extrema derecha 2.0 es
necesario que recapitulemos los aspectos más importantes analizados hasta este
momento:
Nos encontramos ante un
fenómeno radicalmente nuevo; si bien puede tener -y, de hecho, tiene- algunos
elementos que ya encontramos en los fascismos de entreguerras, este fenómeno no
puede llamarse fascismo ni neofascismo; a pesar de que utilice las herramientas
populistas, tanto en su discurso como en su práctica política, tampoco puede
llamarse populismo, nacionalpopulismo o populismo de derecha radical ya que nos
encontramos en un momento o fase populista que lo impregna todo; aunque estas
formaciones no se autodefinan de extrema derecha y jueguen con el fin de las
ideologías, todos estos partidos se sitúan claramente en la derecha extrema del
espectro político. Entre sus características, resulta particularmente
importante la capacidad de utilizar las nuevas tecnologías, sobre todo en lo
que respecta a la propaganda política. Acuñar, crear y utilizar macrocategorías
para entender los procesos históricos es útil y, en el caso concreto que nos
atañe, es necesario una para incluir todos estos partidos, más allá de las
diferencias que tienen en los programas políticos, las formas organizativas y
las decisiones que toman una vez entran en las instituciones o llegan al
gobierno.
Dentro de esta definición
entrarían toda una serie de formaciones políticas (el Frente
Nacional/Agrupación Nacional francesa, la Liga italiana, Hermanos de Italia, el
Partido de la Libertad de Austria y el de Holanda, Vox, Chega!, el Brexit
Party, Fidesz húngaro, Ley y Justicia (PIS) polaco, Alternativa para Alemania,
el Partido Popular Danés, los Demócratas Suecos, el Partido del Progreso
noruego, el Partido de los Finlandeses, la Nueva Alianza Flamenca, Solución
Griega, etc.) que son miembros de los grupos de Identidad y Democracia y
los Conservadores y Reformistas Europeos en el Parlamento Europeo.
También se considerarían dentro de la marca Extrema Derecha 2.0 fenómenos como
el trumpismo en Estados Unidos y el bolsonarismo en Brasil.
Todas las formaciones de
la extrema derecha 2.0 tienen de hecho unos mínimos comunes
denominadores. Entre estos, podemos mencionar un
marcado nacionalismo, el identitarismo o el nativismo, la recuperación de la
soberanía nacional, una crítica profunda al multilateralismo -y, en Europa, un
alto grado de euroescepticismo-, la defensa de los valores conservadores, la
defensa de la ley y el orden, la islamofobia, la condena de la inmigración
tachada de “invasión”, la crítica al multiculturalismo y a las sociedades
abiertas, el anti intelectualismo y la toma de distancia formal de las pasadas
experiencias de fascismo. A grandes rasgos, además, todas estas formaciones se
suelen centrar en cuatro temas principales en su discurso y en sus
propuestas políticas: la inmigración, la seguridad, la corrupción y la
política exterior.
Ahora bien, entre estas
formaciones encontramos también unas divergencias nada desdeñables en
al menos tres asuntos: la economía, los valores/derechos civiles y la
geopolítica. Se podrían clasificar estas formaciones bajo dos categorías,
los “social-identitarios” y los “neoliberales autoritarios”.
Esto no significa que no sean parte de la “Internacional Reaccionaria”.
Podemos afirmar que en la actualidad cada país da vida a la extrema derecha
2.0 que necesita. En síntesis, sus diferencias no impiden incluirlas en una
misma macrocategoría.
En cuanto a las
propuestas económicas, y teniendo en cuenta la evolución de las posiciones
de algunas de estas formaciones en las últimas décadas, como pone de manifiesto
el debate sobre las llamadas fórmulas ganadoras, encontramos partidos que
defienden el Welfare Chauvinism o Estado de Bienestar Chovinista -una
propuesta que combina la reivindicación de ciertos elementos del Estado social
con una posición muy restrictiva respecto de quién puede recibir los beneficios
de la solidaridad nacional- como por ejemplo la Agrupación Nacional francesa de
Marine Le Pen y otras que apuestan por un programa marcadamente neo o
ultraliberal, como Chega! O Vox.
El programa económico del
partido liderado por Santiago Abascal (Vox), por ejemplo, se centra en
la reducción de la intervención del Estado en la economía al basarse por el
lado de los ingresos, en una completa redistribución fiscal cuyo flujo se
orienta de abajo arriba y, por el lado del gasto, en la reducción a la mínima dimensión
posible del sector público. Vox propone rebajar el Impuesto sobre la Renta de
las Personas Físicas (IRPF) al 22 por 100 para quien declara hasta 60.000 euros
y al 30 por 100 para quien declara más de 60.000 euros, mientras el Impuesto
sobre Sociedades se rebajaría al 22 por 100. Las pérdidas para las arcas
públicas serían enormes y el beneficio lo obtendrían esencialmente los más
ricos. Es decir, los más pobres saldrían perjudicados. Asimismo, el partido
de Abascal propone derogar definitivamente los impuestos sobre el patrimonio y
sobre sucesiones y donaciones. En síntesis, la propuesta de Vox se puede
resumir en la fórmula “desregularización y privatizaciones”, a
partir de la idea de la eliminación de la deuda pública y una concepción del
Estado autonómico como un sistema corrupto prácticamente irreformable.
En cuanto al tema de
los valores, si bien es indudable que todas estas formaciones defienden
un general conservadurismo, podemos apreciar unos cuantos matices en las
posiciones que han adoptado sobre cuestiones como el aborto, la igualdad de
género, la familia o los derechos del colectivo LGTBI, sobre todo en los
últimos tiempos. Las culturas y las tradiciones políticas de cada país influyen
en cómo la nueva ultraderecha aborda estas temáticas: en los países católicos u
ortodoxos defiende posiciones mucho más duras si se compara con países
protestantes o donde sencillamente la religión ha tenido históricamente un peso
mucho menor en la época contemporánea. Hay cada vez más clara diferencia, pues,
entre las extremas derechas del Este y el Sur de Europa, y también de América
Latina, con las del Norte del Viejo continente.
En Hungría,
por ejemplo, el gobierno de Orbán aprobó en junio de 2021 una ley que prohíbe
hablar a menores de 18 años sobre diversidad sexual y de género en los colegios
y medios de comunicación, tomando como modelo la ley rusa de 2013 “contra la
propaganda gay”. La ley, en síntesis, vincula la homosexualidad con la
pornografía y la pederastia. Además, el gobierno magiar, aunque había
firmado en un primer momento la Convención de Estambul, decidió no
ratificar este convenio del Consejo de Europa sobre la prevención y lucha
contra la violencia hacia las mujeres y la violencia doméstica.
Zonas libres de ideología LGTBI en Polonia
En Polonia,
el gobierno del PiS, en el poder desde 2015, se opone al matrimonio homosexual
y, a pesar de las manifestaciones masivas de protesta en las calles, ha
aprobado una ley que prohíbe abortar incluso en caso de malformación del feto.
Además, alrededor de un tercio de las localidades del país se han proclamado “zonas
libres de ideología LGTBI”.
Imagen difundida por VOX en 2019
Las propuestas de Vox
no se alejan mucho de las del PiS o del mismo Bolsonaro: desde su mismo ingreso
en política, la formación de Abascal ha hablado de “yihadismo de género”
y ha pedido derogar la ley de violencia machista, sacar el aborto de la
sanidad pública, fomentar “la familia natural” e incluso eliminar el uso
del término “género”. También se dirigen de forma insultante a las integrantes
del movimiento feminista denominándolas “feminazis”.
Bus de Hazte Oír llamando a las mujeres feminazis
Le Pen, Meloni, Monasterio y Olona
Podemos hacer una lectura
similar sobre la cuestión de género. Es evidente que la nueva extrema
derecha defiende políticas antifeministas y a veces directamente misóginas,
pero para salir de su condición minoritaria ha asumido discursivamente algunas
de las conquistas de las revueltas del 68 y de las luchas de los setenta, que
podemos decir que forman parte ya del sentido común mayoritario de la sociedad.
También es cierto que tiene más a menudo de lo que podíamos imaginar a líderes
mujeres que además presentan perfiles que no encajan exactamente con el
modelo femenino ultraderechista. Esta feminización del rostro está bien
representada por las dos veces divorciada Marine Le Pen, pero también por
Giorgia Meloni en Italia (líder del partido Hermanos de Italia), Rocío
Monasterio o Macarena Olona en España. Todas ellas reivindican claramente ser
mujeres: Giorgia Meloni lo proclamó fieramente en una manifestación de la
derecha italiana contra el gobierno de centroizquierda en la plaza de San
Giovani de Roma en octubre de 2019. Su frase “yo soy Giorgia, soy una
mujer, soy una madre, soy cristiana, soy italiana” se convirtió en un meme,
en concreto, en un videoclip, que obtuvo en pocos meses más de 10
millones de visualizaciones. El vídeo tenía el objetivo de ironizar sobre la
líder de los Hermanos de Italia, pero, en realidad, se transformó en un bumerán
para sus creadores, dos jóvenes DJ milaneses que se conocen con el nombre artístico
de MEM & J, ya que Meloni lo relanzó hasta convertirlo en una
especie de spot propagandístico tanto que su reciente autobiografía se
titula Io sono Giorgia.
Versión Italiana
Autobiografía
Versión española dentro del acto Agenda España promovido por VOX
De todas formas, no hay
que olvidar que la ultraderecha defiende un repliegue al hogar de las
mujeres.
La tercera de las
divergencias entre las extremas derechas 2.0 es evidente: la cuestión
geopolítica. Mientras algunas formaciones son claramente atlantistas, como
Vox, Chega! y la ultraderecha polaca y de los países bálticos, otros han
mostrado, más o menos directamente, simpatías por la Rusia de Putin. En esto,
obviamente, pesa el pasado de cada país y la cultura política de las derechas y
del nacionalismo locales.
Abascal, Alejo Vidal-Quadras y André Ventura
En el caso de la
Península Ibérica, pesa principalmente la forma en que
nacieron las nuevas ultraderechas. Tanto Vox como Chega! son, al fin y al cabo,
escisiones de los respectivos partidos conservadores, el PP y el Partido Social
Demócrata (PSD): Santiago Abascal, así como el primer líder de Vox, Alejo
Vidal-Quadras, venían de una larga militancia en los populares, mientras
que André ventura fue concejal del PSD en el municipio de Loures, en la
periferia de Lisboa. Sobre la colocación internacional de las derechas
conservadoras española y portuguesa no hay mucho que debatir: el atlantismo ha
sido siempre su principal referente. Huelga decir que es esencial la larga
experiencia de los regímenes franquista y salazarista que, tras la derrota del
Eje en la Segunda Guerra Mundial, se convirtieron en los “centinelas de
Occidente”, peones muy útiles para Washington en una Europa partida en dos
por el inicio de la Guerra Fría.
Rafael Bardají y Steve Bannon
Añádase además que, desde
2018, una de las figuras clave en el establecimiento de las relaciones internacionales
de Vox es Rafael Bardají, que fue asesor de los ministros de Defensa del
PP Eduardo Serra y Federico Trillo, y director de política
internacional de la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales
(FAES), presidida por José María Aznar. Bardají, estrechamente
vinculado desde el segundo gobierno de Aznar con la administración de George
W. Bush y enlace fundamental para la foto del trío de las Azores y la
participación española en la invasión de Irak en 2003, ha sido el principal
canal que ha puesto en contacto a los dirigentes de Vox con el mundo neocon
estadounidense.
En el caso de otros
países occidentales, como Francia, Italia o Austria, en cambio, las nuevas
extremas derechas no son una escisión de la derecha conservadora tradicional.
Por más que a lo largo de los últimos años se hayan dado casos de tránsitos de
dirigentes políticos provenientes de la derecha clásica o incluso liberal hacia
la ultraderecha, el Frente Nacional francés, el FPÖ austriaco o la Liga y
Hermanos de Italia en el país transalpino son formaciones que nacieron en
alternativa o directamente en oposición a las derechas hegemónicas en sus
respectivos países, es decir, el gaullismo, la Democracia Cristiana y el
Partido Popular austriaco. Esto le ha permitido, en lo que respecta a las
relaciones internacionales y la política exterior, defender una posición
distinta o, al menos, poder jugar en diferentes planos.
Las conexiones entre la
ultraderecha europea y la Rusia putiniana se deben a diferentes razones.
Por un lado, el gobierno de Moscú ha ido estrechando las relaciones con quien
en Occidente -fuesen formaciones políticas, lobbies o medios de
comunicación- pudiese defender sus intereses, como el fin de las sanciones
económicas tras la anexión de Crimea en 2014. Por otro lado, la estrategia del
Kremlin se ha centrado en crear inestabilidad en los países occidentales, como
han mostrado, no solo las constantes campañas de desinformación orquestadas
desde Moscú, sino también la injerencia en varias campañas electorales, como
las estadounidenses de 2016. Por último, una parte de la extrema derecha 2.0 ve
en la Rusia putiniana, además de un financiador, tanto un posible aliado contra
la hegemonía norteamericana y una Unión Europea atlantista así como un modelo
ideológico. Salvini, Strache, Weidel e incluso Le Pen compran, en gran medida, la
visión putiniana de la sociedad centrada en tres pilares: soberanía, identidad
y tradición.
Más allá de sus
divergencias en temas como la economía, los valores y la geopolítica, hay por
lo menos otras tres características que comparten todas las formaciones de
la gran familia ultraderechista que se pueden sumar a los mínimos comunes
denominadores mencionados con anterioridad.
En primer lugar,
en cuanto a las estrategias políticas, su principal objetivo es polarizar a
la sociedad, marcar el debate político con temas divisivos y escorar hacia
la ultraderecha la opinión pública. Un objetivo facilitado por las redes
sociales: de ahí que el tema de la posverdad y las fake news
no sea algo baladí, sino una cuestión central en su modus operandi. Con
este asunto se conecta también el componente desenfadado de muchos de los
discursos de la extrema derecha 2.0 que la convierten en un movimiento que muchos
de sus simpatizantes, sobre todo entre los jóvenes, perciben como rebelde e
incluso antisistema.
En segundo lugar, todas
estas formaciones muestran un exacerbado tacticismo:
lanzan continuamente globos sonda en el debate público para ver si tienen recorrido
y pueden cambiar de postura sobre temas cruciales en poco tiempo.
En tercer lugar,
estas formaciones de extrema derecha 2.0 no niegan formalmente la democracia en
sí, sino que critican la democracia liberal tachándola de no democrática, es decir,
como algo desconectado de la voluntad del pueblo: de ahí su irritación por la
separación de poderes y las reglas de funcionamiento básicas de las democracias
liberales, pero también su más o menos explícita defensa de un modelo que el
premier húngaro Viktor Orbán definió en 2014 como democracia iliberal.
Como recuerdan Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, las democracias
pueden morir no solo a manos de hombres armados, sino también de líderes
electos, presidentes o primeros ministros que las erosionan paulatinamente, de
forma casi imperceptible: “la paradoja trágica de la senda electoral
hacia el autoritarismo es que los asesinos de la democracia utilizan las
propias instituciones de la democracia de manera gradual, sutil e incluso legal
para liquidarlas”.
Por último, la
cuestión europea nos muestra que el tacticismo y la propaganda son
dos características centrales en el discurso y la estrategia política de la
nueva ultraderecha.
La extrema derecha
ha dejado de ser ultraminoritaria en el Viejo continente así que puede
permitirse soñar con gobernar: es decir, le conviene ahora intentar entrar
en la sala de mando de la Unión Europea y decidir las políticas que se van a
aplicar, y no solo hacer una estéril oposición de fachada para ganar más
visibilidad mediática.
En síntesis, el nuevo
discurso de la extrema derecha europea es el siguiente:
el euro y la Unión Europea no nos gustan, y lo seguiremos diciendo, algunos más
y otros menos, pero eso no es obstáculo para que queramos jugar en la misma
liga que los demás y si no hacernos con el poder, sí al menos influir en las
decisiones que se toman en Bruselas.
Esto explica la razón por
la que la extrema derecha decidió apostar fuerte en las elecciones europeas de
mayo de 2019. Este año, el objetivo de la ultraderecha era el de obtener al
menos un tercio de los eurodiputados para poder bloquear al Parlamento Europeo
y sellar una alianza con los populares para hacerse con las riendas de la
Comisión.
Más allá del discurso, el
segundo pilar de la nueva estrategia de la extrema derecha respecto a la Unión
Europea es el organizativo: unificar los dos grupos ultraconservadores del
Parlamento Europeo en uno solo.
CAPÍTULO
3: ¿VIEJAS IDEAS EN NUEVOS ROPAJES? LAS TRANSFORMACIONES DE LA EXTREMA DERECHA
2.0
“Hegel dice en alguna
parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal
aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como
tragedia y la otra como farsa”. Así empezaba Karl
Marxel 18 de brumario de Luis Bonaparte, obra publicada en
1852 en que comparaba con cierta sorna el golpe de Estado que dio Luis
Bonaparte con el golpe con que más de medio siglo antes Napoleón había
cerrado la etapa del Directorio y abierto las puertas al tránsito hacia el
Imperio.
Si hoy no cabe duda de
que la posverdad es un rasgo de nuestra época y que es utilizada, más o
menos conscientemente, por la gran mayoría de los actores políticos, tampoco
cabe duda alguna de que es la extrema derecha quien la utiliza más
frecuentemente hasta convertirse en una de las características
imprescindible para poderla definir y entender.
En realidad, el proceso
empezó hace décadas con el cuestionamiento y la negación de la ciencia cuando,
como en el caso de las compañías tabacaleras sobre los daños del tabaco o el de
las industrias de los combustibles fósiles sobre el calentamiento global, se ha
trabajado para sembrar la duda y aprovecharse de la confusión pública.
Consecuentemente la
posverdad se puede concebir como una especie de marco de referencia para
muchas más cosas. Se trata, en síntesis, de una condición previa y elaborada o
una idea, un imaginario, un conjunto de representaciones sociales o sentidos ya
incorporados por las audiencias y desde son posibles fake news que se
refieren a esa idea afirmándola o ampliándola. Según la crítica literaria Michiko
Kakutani, además, no son solo noticias falsas: también hay ciencias falsas
(fabricadas por los negacionistas del cambio climático o los antivacunas), una
historia falsa (promovida por los supremacistas blancos), perfiles de
“americanos falsos” en Facebook (creados por troles rusos) y seguidores
o likes falsos en las redes sociales (generados por unos servicios de
automatización denominados bots). Algunos especialistas consideran que
más que de fake news, sería más apropiado hablar de desinformación
ya que esta no comprende solo la información falsa, sino que también incluye la
elaboración de información manipulada que se combina con hechos o prácticas
que van mucho más allá de cualquier cosa que se parezca a noticias, como cuentas
automáticas (bots), vídeos modificados o publicidad encubierta y dirigida.
La capacidad de
penetración de las redes sociales es de hecho incomparable con la de los medios
de comunicación tradicionales. Internet y su evolución
hacia la web 2.0 han permitido superar la comunicación unidireccional de los
medios tradicionales -prensa, radio y televisión- y llegar a una interacción
con el público, facilitando su activación y participación. De la audiencia,
en síntesis, se ha pasado al concepto de usuario, es decir, alguien que
puede crear, editar y compartir contenido generado por él.
A esto debemos añadir
otros elementos completamente novedosos como la perfilación de datos
psicométricos extraídos de las redes sociales para predecir con precisión
las ideas y decisiones individuales, la personalización de la propaganda y la
capacidad de los bots para imponer agendas y manipular el peso de las
informaciones que se difunden. Un caso sintomático es el que reveló el
escándalo de Cambridge Analytica que influyó notablemente en el
referéndum británico y en las elecciones presidenciales estadounidenses de
2016.
Ahora bien, ¿Cómo se
inserta en todo esto la nueva extrema derecha? La diferencia respecto a
otras corrientes políticas e ideológicas es que ha sabido leer mejor que las
demás los cambios de la sociedad antes mencionados, aprovecharse de las
debilidades y las grietas de las democracias liberales, y entender las
posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías.
La nueva extrema derecha
ha tomado como referente al ensayista ultraderechista ruso Aleksandr Duguin
con su frase “la verdad es una cuestión de creencia […] los hechos no
existen”.
Evidentemente, para que
todo esto tenga un resultado debe haber un terreno abonado. Por un lado, las
redes sociales, siempre omnipresentes, se han convertido en una de las
principales vías para informarse, sustituyendo en buena medida a los medios
tradicionales. Por otro lado, las mentiras se propagan más rápido que la
verdad.
Hay dos elementos más. En
primer lugar, una parte nada desdeñable de la población cree en teorías de
la conspiración.
En segundo lugar, la
industria de la desinformación se basa enel éxito de los medios
“alternativos” que difunden continuamente fake news. Se trata de medios
como Breitbart News, Infowars.com, El Toro TV, InmolaOggi, así
como canales de youtube como el de Estado de Alarma en España,
espacio dirigido y presentado por el periodista Javier Negre y un sinfín
de blogs, a menudo financiados, patrocinados o directamente creados por líderes
ultraderechistas, a los cuales se suman decenas y decenas de otros medios
-desde páginas webs a podcast, pasando por canales de Youtube u otras
plataformas- de la galaxia de la derecha más o menos alternativa.
Javier Negre
Alvise Pérez influencer del espectro ultraconservador
Si a esto le añadimos que
los principales líderes del Partido Republicano, empezando por el entonces
presidente Trump, relanzaban y alababan públicamente estos medios, podemos
entender la potencial viralización que las noticias falsas propagadas por los
llamados medios alternativos pueden tener en las redes sociales.
La extrema derecha 2.0,
en suma, ha entendido que es provechoso ampliar aún más la desconfianza
existente hacia todo lo que huele a establishment, empezando por los
intelectuales, los científicos y los periodistas. Esta postura, encaja,
además, con la interpretación ultraderechista de que existe una hegemonía
cultural de izquierdas que impone una agenda progresista, lo que el equipo del
presidente brasileño Jair Bolsonaro califica de marxismo cultural.
Cartel electoral de Vox 2021 en Madrid
La nueva ultraderecha ha
demostrado saber aprovechar muy bien las nuevas tecnologías para difundir fake
news y bulos, utilizando estrategias y técnicas distintas. En primer lugar,
los estrategas de los partidos ultraderechistas en las campañas electorales
han construido un relato basado en las emociones y los sentimientos frente a
los hechos y la evidencia: lo visceral ha prevalecido netamente frente a lo
racional.
En segundo lugar, los memes
se asocian a la táctica del llamado Shitposting, literalmente “publicar mierda”,
es decir, trolear y atacar a los adversarios políticos o sencillamente a los normies
y llenar de contenido de baja calidad las redes sociales para desviar las
discusiones y conseguir que lo publicado en un sitio sea inútil o, como mínimo,
pierda su valor. Esta táctica tiene también la función de insensibilizar a los
oyentes conforme pasa el tiempo.
La viralización no se
queda solo en las redes sociales, sino que llega también a los medios de
comunicación e incluso a los parlamentos. El fenómeno de
retroalimentación entre redes sociales, medios tradicionales y lugares de
debate público como los parlamentos es especialmente interesante y demuestra,
además, la existencia de unas redes globales para la difusión de los discursos
ultraderechistas. Entre estas, cabe mencionar el ya citado The Movement de
Steve Bannon, pero también importantes lobbies -como el de las armas o
los vinculados al extremismo cristiano -Hazte Oír- que promueven una agenda
común y financian partidos de extrema derecha.
Si la narración emocional
puede considerarse la estrategia de comunicación básica de la ultraderecha a escala
global, las técnicas utilizadas son, como se ve, múltiples.
La viralización de
mensajes, vídeos, memes en las redes sociales es la táctica más utilizada
a través de una compleja red donde los influencers de extrema derecha
son coadyuvados por un sinfín de perfiles falsos o automatizados -bots o
sockpuppets- y activistas que practican el troleo y el shitposting.
Laura Boldrini
Cada son más frecuentes
las técnicas que rozan la ilegalidad o que son punibles como un delito, como el
doxxing -la revelación de datos personales de una persona con el fin de
intimidar, silenciar y desacreditar públicamente voces críticas y opositores
políticos- o los ataques coordinados conocidos como shit storm,
literalmente, “tormenta de mierda”. El caso de la política de
izquierdas Laura Boldrini, defensora de la acogida de migrantes, es
quizás uno de los más relevantes y preocupantes. Mientras Boldrini ocupaba el
cargo de presidenta de la Cámara de los Diputados italiana, se lanzó en su
contra una campaña online por parte del M5E y la Liga, ambos en la oposición
por aquel entonces, que se convirtió rápidamente en una tormenta de insultos
misóginos y amenazas de violación, tortura y muerte. No se trató de algo
espontáneo, sino de una campaña de hate speech y acoso -dirigido, para
más inri, contra el cuarto cargo más importante del Estado- coordinado
principalmente por la galaxia ultraderechista del país transalpino en la cual
desempeñó un papel crucial “la Bestia”, un sistema de propaganda
social, de Matteo Salvini. Ésta es una poderosa máquina social en la
cual trabajaban en 2019 unos 35 expertos digitales que cubrían la vida de
Salvini las 24 horas del día y, así, enviaban una propaganda más personalizada
a sus fieles.
A menudo estas prácticas
se apoyan en las que se han denominado fábricas o granjas de trolls, es
decir, empresas que se dedican a crear cuentas automatizadas, difundir noticias
falsas y acosar a periodistas o usuarios en las redes sociales.
En la estrategia
ultraderechista podemos diferenciar entre objetivos a corto y a medio plazo.
Entre los primeros, como muestra el caso de Cambridge Analytica,
encontramos ganar unas elecciones o, sencillamente, aumentar el consenso
electoral.
En cuanto a los objetivos
a medio plazo, la ultraderecha se propone socavar la cualidad del debate
público, promover percepciones erróneas, fomentar una mayor hostilidad y
erosionar la confianza en la democracia, el periodismo y las instituciones.
Lo que permitiría tener el terreno mucho más abonado para la siguiente
competición electoral.
Cas Mudde
explicó que “durante la última década hemos permitido que la extrema derecha
establezca la agenda para determinar de qué hablamos y, lo que es más
importante, cómo hablamos de ello, por lo que hemos hablado de la inmigración
como una amenaza a la identidad y seguridad nacional”.
Además, la extrema
derecha 2.0 ha salido de la marginalidad política y se ha convertido en una
opción aceptable, tanto para los ciudadanos como para las instituciones
internacionales. El objetivo número uno se ha conquistado: ha conseguido
normalizarse.
La presidenta de la Comisión Europea con los presidentes de Hungría y Polonia.
Es cierto que la Unión
Europea ha levantado la voz contra los gobiernos de Budapest y Varsovia,
pero se han tenido que esperar muchos años y, aunque Fidesz y PiS han
aprobado leyes que socavan el Estado de derecho en sus países, nunca -al menos
hasta ahora- las reclamaciones votadas por la gran mayoría de la Eurocámara se
han convertido en medidas concretas o sanciones. Aunque a finales de 2021, el
intento de Polonia de acabar con la independencia del poder judicial sí que fue
valedora de una sanción de un millón de euros diario hasta que retirasen esa
medida antidemocrática.
¿La nueva
ultraderecha ha conquistado a los votantes de izquierda? O, mejor dicho, ¿las
clases trabajadoras votan a los ultraderechistas?
La situación varía
bastante de país a país y se conecta, por un lado, con el
problema económico y los orígenes de cada partido de ultraderecha y, por el
otro, con la mayor o menor estabilidad del sistema de partidos existente.
Podríamos decir que en aquellos lugares donde la extrema derecha no procede de
una escisión de los partidos conservadores tradicionales y ha planteado un
discurso resumible bajo la fórmula de Welfare Chauvinism o, por lo
menos, ha desarrollado una retórica dirigida a los olvidados de la
globalización, hay más posibilidad de que haya conquistado votos entre las
clases trabajadoras. Asimismo, donde el sistema de partidos ha colapsado o vive
una situación de profunda inestabilidad, la ultraderecha tiene más
probabilidades de haber conquistado al electorado de izquierdas.
Todos los estudios sobre
el voto a Vox en las elecciones celebradas entre 2018 y 2021 nos muestran que
la formación ultra ha pescado principalmente entre los votantes que
habitualmente daban su apoyo al PP o a Ciudadanos,
con una parcial excepción en las autonómicas de Cataluña de febrero de 2021
donde ha penetrado en los barrios con rentas más bajas. Ahora bien, en el caso
catalán han tenido un peso relevante tanto la alta abstención como la
polarización causada por el procés independentista. Por lo general, Vox
ha obtenido sus mejores resultados bien en barrios muy ricos o en zonas con una
fuerte presencia militar.
Lepenismo obrero
El éxito de Marine Le Pen
en Francia entre la clase trabajadora se debe en buena medida al voto obtenido
de los obreros más católicos que viven fuera de las grandes ciudades, tienen al
menos un diploma y temen perder el puesto de trabajo que poseen.
Si pasamos ahora a los
países de Europa del Este, vemos dinámicas que, aunque pueden
tener algunas similitudes, son en realidad diferentes a las de la Europa
Occidental. Por un lado, hay que tener en cuenta el peso de la memoria
comunista en estos países que marca una diferencia clara respecto a la parte
occidental del continente. A esto se suman también las políticas fuertemente
neoliberales aplicadas con ahínco y convicción por los partidos de
centroizquierda a partir de los años noventa del siglo XX: la mayoría de
partidos socialistas fue tan neoliberal que las diferencias con Thatcher son
prácticamente invisibles. Y esto conllevó una profunda decepción entre una
parte considerable de las clases trabajadoras que vieron disminuir su capacidad
adquisitiva. En los países de la Europa Oriental esta fractura es aún más
profunda.
Como se ve, la cuestión
es compleja y repleta de matices y peculiaridades que dependen en muchos casos
de los contextos nacionales.
Podemos decir, por tanto,
que más que el votante de izquierdas de la clase trabajadora vote a la
ultraderecha, lo que se ha producido es una radicalización de ese votante de
clase trabajadora que no votaba a la izquierda: de la derecha clásica habría
pasado a la extrema derecha, una dinámica, por otro lado, que se
percibe en buena medida también en otras clases sociales. Además, hay un factor
decisivo que hay que tener en cuenta y es el aumento generalizado de la
abstención entre las clases trabajadoras.
Por último, hay que
mencionar también la brecha educativa que, como han mostrado diferentes
estudios, parece ser un elemento de esencial importancia para explicar el voto
a las extremas derechas. Estos datos no deberían extrañar ya que el nivel de
educación influye notablemente en nuestros valores y en cómo interpretamos el
mundo.
CAPÍTULO
4: MANUAL DE INSTRUCCIONES PARA COMBATIR A LA EXTREMA DERECHA
Asalto al Capitolio estadounidense 6/01/2021
Viktor Orbán
lleva más de una década desmontando el Estado de derecho en Hungría: desde
mediados de 2010 se ha aprobado una nueva Constitución, se han recortado el
número de parlamentarios, se han ocupado las instituciones, se han controlado
los medios de comunicación y se han recortado los derechos de las minorías.
Desde 2015 en Polonia ha pasado algo similar. En Estados Unidos, los
republicanos -especialmente vinculados al Tea Party y a la corriente
trumpista- llevan años manipulando las circunscripciones electorales en
muchos Estados de la federación con el objetivo de mantenerse en el poder -el
llamado gerrymandering- y trabajan para restringir el derecho a
voto en algunas comunidades, como la afroamericana.
Grupo supremacista blanco "Proud Boys"
En todo el mundo
occidental, además, han aumentado los delitos de odio con motivaciones étnicas,
religiosas, raciales, homófobas y machistas. De acuerdo con
el índice global de terrorismo, elaborado por el Instituto de
Economía y Paz, entre 2015 y 2020 los atentados terroristas de extrema
derecha han crecido un 320 por 100 en todo el mundo, superando al
terrorismo yihadista. El departamento de Estado norteamericano ha llegado a
definir el supremacismo blanco como “la amenaza más
persistente y letal en el país”, mientras que el ministro del Interior
alemán, Hoorst Seehofer, lo ha considerado “la mayor amenaza”
para la democracia del país germano.
A continuación, se
enumeran algunas propuestas concretas para combatir a la extrema derecha 2.0:
PARA COMBATIR A LA
EXTREMA DERECHA ES NECESARIO ESTUDIARLA
Sin conocer un fenómeno
es imposible entenderlo y, por consiguiente, combatirlo.
Comparado con el fascismo
histórico -visto, al menos, con las lentes del presente- y el neofascismo de
hace unas décadas, la extrema derecha 2.0 es más “presentable”, habla el
lenguaje de la gente común y sabe moverse como pez en el agua en el mundo
digital. Además, se presenta como transgresora, provocadora, cool e
incluso antisistema creando una notable confusión ideológica.
¡ES UN FENÓMENO
GLOBAL, ESTÚPIDO!
Por más que todos estos
partidos nos parezcan diferentes, únicos o incomparables, se trata de una gran
“familia” ultraderechista a nivel internacional: si no pensamos a escala global
caeríamos en un craso error. Además, es una familia que dispone de lazos
transatlánticos extremadamente estrechos.
Abascal, Espinosa de los Monteros y Tertsch
Por un lado, existen
foros y encuentros que permiten la comunicación y el intercambio de ideas entre
estas formaciones, como la Conferencia de Acción Política Conservadora de
los republicanos estadounidenses -que suele invitar a los principales
líderes de la ultraderecha europea- o los partidos y grupos parlamentarios en
que se reúnen estas fuerzas a nivel comunitario-como Identidad y Democracia
(del que forman parte la Liga de Matteo Salvini y Alternativa para Alemania) o
los Conservadores y Reformistas Europeos (al que pertenecen Vox y
Hermanos de Italia, cuya líder, Giorgia Meloni es su presidenta)-.
Marion Maréchal Le Pen con representantes de Vox en su filial del ISSEP en Madrid
Por el otro lado, existen
think tanks ultraderechistas que organizan congresos y conferencias
para poner en relación a los dirigentes políticos de distintos países y
compartir ideas, tácticas y estrategias, como la Fundación Edmund Burke de
Estados Unidos, el Instituto Danubio de Hungría, Nazione Futura en Italia o el
Instituto Herzl en Israel. No es casualidad, de hecho, que estas
fundaciones sean las patrocinadoras de la conferencia sobre el
nacional-conservadurismo organizada en Roma en febrero de 2020 en la cual
participaron Orbán, Meloni, Marion-Maréchal Le Pen, el líder ultraderechista holandés
Thierry Bauder o, entre otros, el intelectual conservador ultraortodoxo israelí
Yoram Hazony.
Bus de Hazte Oír
De fondo, y a menudo
entre bambalinas, hay lobbies que hacen un trabajo aún más importante, como el
integrista cristiano o el de las armas. Además de financiar a estos partidos,
promueven una agenda común y ponen a disposición informes, estudios y, a veces,
el acceso a medios de comunicación. Además, el integrismo cristiano dispone de
un amplio y muy activo entramado de organizaciones, asociaciones e institutos,
como el Congreso Mundial de las Familias o HazteOír-Citizen Go
que, según diferentes investigaciones periodísticas, habría impulsado y
posiblemente también financiado a Vox.
NUNCA VENCEREMOS
AL MONSTRUO SI NO ENTENDEMOS LAS RAZONES DE SU AVANCE
¿Por qué la nueva extrema
derecha se ha arraigado en una mayoría de países hasta convertirse en
hegemónica en algunos de ellos?
Evidentemente, cada
contexto nacional tiene sus peculiaridades, pero podemos detectar una serie de
razones más generales.
En primer lugar, las
razones económicas: el aumento de las desigualdades, el debilitamiento del
Estado de bienestar, el creciente abandono de amplios sectores de la población
que se encuentran en los márgenes de la sociedad o la precarización del
trabajo… En síntesis, las consecuencias de la imposición del modelo neoliberal
a partir de la década de los años ochenta del siglo XX.
En segundo lugar, las
razones culturales: la centralidad de temáticas -como el aborto, los
derechos de las minorías, la inmigración, el matrimonio homosexual, el
feminismo, etc.- polarizan nuestras sociedades y rompen a menudo los clivajes
políticos tradicionales llegando a producir el cultural backlash,
esto es, una reacción cultural de parte de la población.
En tercer lugar, las
razones sociopolíticas: la democracia liberal representativa vive una
profunda crisis, nuestras sociedades están deshilachadas, los partidos
políticos ya no cumplen con la función de correa de transmisión y válvula de
escape entre territorios e instituciones, los sindicatos tienen enormes
dificultades para adaptarse a una realidad plenamente posfordista y la
desconfianza de la ciudadanía sigue en aumento.
En cuarto lugar, las
razones ideológicas: vivimos una época de crisis de las ideologías que han
marcado la época contemporánea. Se trata de una crisis que, sobre todo en
Occidente, es más generalizada: una crisis de valores y referentes. A todo esto
se debe añadir que una parte de la población ve con miedo los cambios rápidos
que estamos experimentando y pide protección y seguridad. A su manera, la
extrema derecha sabe ofrecérselas, dando respuestas sencillas a problemas
complejos.
HAY QUE ELABORAR
UNA RESPUESTA POLIÉDRICA
Toca elaborar una
respuesta poliédrica que tenga en cuenta que, ya que las razones del auge de la
extrema derecha son múltiples, también las respuestas deben ser plurales.
Así que no nos engañemos:
tampoco basta con actuar en un nivel, sea el institucional, el político, el
social, el económico o el cultural. Del pozo o se sale conjuntamente o no se
sale.
LA RESPUESTA DE
LAS INSTITUCIONES Y LOS PARTIDOS DEMOCRÁTICOS
Desde las instituciones
se debe, en primer lugar, evitar la infiltración de la ultraderecha en los
aparatos del Estado, empezando por los más sensibles como las fuerzas de
seguridad. También hay que evitar células ultraderechistas o
simpatizantes de la extrema derecha dentro de las Fuerzas Armadas. Debe
haber una respuesta contundente de las instituciones a las cartas y
declaraciones de militares retirados españoles en grupos de WhatsApp que ponen
en duda la legitimidad de un gobierno democráticamente elegido y llegan a
plantear la aniquilación de todos los electores de izquierdas (recordando
rémoras del pasado).
En segundo lugar, los
partidos democráticos tienen que implementar los cordones sanitarios para
impedir el ingreso de la extrema derecha en los gobiernos y las instituciones:
esto afecta, sobre todo, pero no solamente, a las formaciones de la derecha
conservadora tradicional que, en este asunto, debería actuar como Merkel y no
como Johnson, Berlusconi o Casado. El cordón sanitario no es ni de lejos la
solución del problema: es un paliativo o, si se quiere, un primer dique para
evitar que la marca ultraderecha entre en las instituciones. La extrema
derecha no desaparecerá si compra su discurso o si se alía con ella. Al
contrario, de esta forma, además de hacer un flaco favor a los valores
democráticos, se la legitima y se la desmarginaliza. Y el resultado suele
ser uno de dos: o bien la ultraderecha se convierte en hegemónica -véase el
caso italiano con la Liga y Hermanos de Italia que han devorado a Forza
Italia- o bien la derecha tradicional se ultra derechiza en cuanto a
discurso y propuestas políticas, manteniendo, de todas formas, como una opción
válida a la ultraderecha -véase el caso austriaco o el danés, además del
español-. Los partidos democráticos deben ser, como los definen Steven
Levitsky y Daniel Ziblatt, los “guardianes de la democracia”.
El Parlamento Europeo
En tercer lugar, en un
ámbito estrictamente europeo, las instituciones comunitarias deberían
agilizar los trámites para poder actuar contra un gobierno que no respeta el
Estado de derecho, como son los casos de Hungría y Polonia.
En cuarto lugar, se
debe promover la investigación de las conductas antidemocráticas, ilegales o
alegales de las formaciones de ultraderecha. Como, por ejemplo:
a)Cuando se dan casos de acciones violentas
contra sedes institucionales, opositores políticos, ciudadanos extranjeros,
etc., se deben investigar a fondo las responsabilidades y actuar
consecuentemente.
b)Por diferentes estudios se sabe que la
ultraderecha recibe financiación que no siempre respeta la legislación
existente en los diferentes países. En muchos casos la financiación llega a
través de redes opacas vinculadas a lobbies globales. Hay mucho que trabajar en
este ámbito y, aunque la ingeniería financiera utilizada es extremadamente
compleja, hoy en día nuestras instituciones disponen de herramientas
suficientes para detectar los movimientos de dinero y evitar que formaciones
políticas se enriquezcan ilegalmente gracias a poderosos lobbies
internacionales.
c)La gran batalla del siglo XXI será la de
los datos. Como sugiere Christopher Wylie, es necesaria una mayor
regulación del espacio digital. En pocas palabras, Wylie nos dice que es
inaceptable que grandes empresas (o directamente partidos políticos) puedan
llevar a cabo experimentos sobre los ciudadanos en las redes sociales
utilizando sus datos y desarrollando tecnologías manipuladoras y que por eso es
necesario regular el espacio digital.
d)A menudo la ultraderecha promueve directa
o indirectamente el hate speech -discurso del odio- en las redes
sociales, llevando a cabo las que se definen Shit Storms -tormentas de
mierda- a través de trolls y perfiles automatizados o falsos, como los bots
o los sockpuppets. Las instituciones deberían presionar a las grandes
empresas tecnológicas para que desarrollen y apliquen unos estrictos y creíbles
reglamentos al respecto, bajo la supervisión de los poderes públicos, además de
implementar una legislación que combata de forma eficaz el hate speech y
la difusión de bulos, fake news y teorías del complot, como en el caso
de la teoría del “Gran Reemplazo” o Q-Anon. De fondo, es también necesario que
se desarrollen organismos que combatan la desinformación y la viralización de fake
news en el ámbito institucional.
Andrew Martanz
No se equivoca el periodista de The New YorkerAndrew Marantz cuando afirma que lo que necesitamos, al fin y al cabo,
es “un nuevo vocabulario moral, social y político”.
Por último, hay cuatro cuestiones que las
instituciones y los partidos políticos -sobre todo cuando llegan al gobierno-
deberían tener en cuenta.
En primer lugar, los partidos políticos deberían
abordar los temas que les conciernen y defenderlos desde posturas democráticas.
Es decir, se debe evitar que la estrategia de la ultraderecha de marcar el
debate político tenga éxito.
En segundo lugar, los grandes partidos democráticos
deberían llegar a un acuerdo de mínimos para que ningún ciudadano sea
abandonado o dejado atrás.
En tercer lugar, los partidos y las instituciones
deberían tomarse muy en serio la cuestión de la profunda desconfianza existente
entre la ciudadanía y trabajar para reducirla, haciendo las instituciones
más transparentes y cercanas a los ciudadanos.
En cuarto lugar, las instituciones deben reducir la
brecha educativa que es una de las causas del crecimiento de la
ultraderecha. La calidad de la educación, así como su gratuidad, debería ser un
objetivo compartido.
LA RESPUESTA DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN
Los medios de comunicación tienen una parte nada
desdeñable de responsabilidad en el avance de la extrema derecha,
convirtiéndose consciente o inconscientemente en altavoces de sus discursos. No
es posible convertir en “noticias”, sin ninguna contextualización o
comprobación, las declaraciones de los Salvini, los Abascal o los Trump cuando
están basadas en mentiras. Los medios -y no solo los más cercanos
ideológicamente a la ultraderecha- no pueden hacerle propaganda gratuitamente.
Al mismo tiempo, no pueden comprar los marcos ultraderechistas: el caso de la
inmigración salta a la vista.
Por
parte de los medios debe haber, en síntesis, una
mayor ética periodística -bastaría con seguir los códigos deontológicos
existentes en la mayoría de los casos- y un mayor esfuerzo para contrastar
las informaciones, evitando divulgar bulos y fake news. Los medios
deben evitar buscar el clikbait e invertir más en los
departamentos de fact-checking, siguiendo el ejemplo de algunos
grandes periódicos internacionales -como The New York Times o The
Guardian- que han sido pioneros en esto o asociándose a los consorcios
surgidos en los últimos tiempos, como The Tust Project en el
ámbito internacional o Comprobado en el español. No se pueden
comprar acríticamente conceptos que blanquean a la extrema derecha.
LA RESPUESTA DESDE ABAJO
La mayoría de los movimientos sociales
-desde los colectivos antifascistas y los antirracistas hasta los feministas- avisaron
hace tiempo de la amenaza de la ultraderecha: en muchos casos, sus acciones
han sido cruciales. Como la que el movimiento antifascista llevó a cabo en
Creta consiguiendo en 2018 echar a Amanecer Dorado de la isla griega.
Más que un antifascismo de combate, en el contexto
actual es más útil un antifascismo que constituya espacios de apoyo mutuo y que
pueda frenar la penetración de las ideas de la extrema derecha en lo social.
En esta situación, el movimiento feminista
puede -y debe- desempañar un papel importante. Un feminismo, en síntesis, que
salga de su zona de confort, que sea empático con las demás luchas y que sepa
explicar también a los hombres que el feminismo es un proyecto también para
ellos para que no se sientan rechazados o “amenazados”.
Sin embargo, no podemos esperar que sean solo los
activistas los que nos saquen las castañas del fuego. Debe haber una
corresponsabilidad por parte de todos nosotros, cada uno con sus posibilidades
y sus capacidades.
LA RESPUESTA DE LA IZQUIERDA
A veces no faltan las respuestas progresistas a los
retos de nuestro tiempo: lo que falta son empatía y capacidad de comunicar
con quien piensa distinto. También así se construye la hegemonía.
La socialdemocracia debe librarse de la
losa neoliberal, volviendo a hacer políticas sociales y
luchar contra las desigualdades.
La izquierda, en suma, tiene que volver a dar la
batalla cultural que, en las últimas dos décadas, ha ido ganando la extrema
derecha. Esto no se hace en dos días: toca arremangarse y picar piedra durante
un tiempo largo. Hay que crear escuelas políticas, dedicar tiempo y dinero a la
formación, debatir y saber comunicar.
Por último, la izquierda debe tener la valentía de
salir cada vez más de su zona de confort, intentando, por ejemplo, forjar
amplias alianzas para proteger la democracia con partidos y sectores de la
sociedad políticamente lejanos. ¿Hoy en día sería tan difícil llegar a acuerdos
con los liberales o, incluso, con sectores de la derecha democrática para
evitar que estas cayesen en el abrazo del oso que le tienden los ultras? Nadie
perdería su identidad, ni sus proyectos políticos. Se trataría sencillamente,
de unos acuerdos para proteger el Estado de derecho y evitar la instauración de
dictaduras iliberales, es decir, autoritarias. Una democracia se puede perder
muy rápidamente, pero para recuperarla se pueden necesitar años o, incluso,
décadas. No lo olviden.
¿Y LOS JÓVENES?
Los jóvenes están sobre todo insatisfechos con esta
democracia. Ahora bien ¿Cómo se concreta esa insatisfacción? Por una parte, sin
duda, participando en movimientos sociales o en asociaciones y organizaciones
de la sociedad civil, mayoritariamente desvinculadas de los partidos políticos,
que luchan por causas concretas. Por el otro, sin embargo, también apoyando o
votando a partidos de ultraderecha concebidos como una opción rupturista y
antisistema.
Resumiendo,
entre los jóvenes la percepción de que nuestras democracias deben ser mejoradas
es mayoritaria. Lo que pasa es que esta insatisfacción comporta también un más
o menos marcado desinterés hacia la política que se traslada a niveles de
abstención generalmente más altos que en la media de la población y, no se
olvide, a una concepción negativa de la democracia en sí. La elección de la
papeleta de la ultraderecha se debe probablemente a este tipo de enfoque.
Adolfo Suárez votando en las elecciones generales de 1977
En
conclusión, debemos recordar que la democracia se ha conquistado tras duras y
largas luchas y nadie nos puede asegurar que sea imposible dar pasos hacia
atrás. La extrema derecha 2.0 es algo distinto al fascismo de la época de
entreguerras: esto no implica, sin embargo, que no sea una verdadera amenaza
para nuestras democracias. Si el modelo al cual miran los Abascal, los Salvini,
las Meloni, las Le Pen o los Jansa, como parece, es la orbanización,
esto es, un régimen autoritario en la práctica, la democracia se convertirá en
un lejano recuerdo. Por eso, debemos de dotar a nuestras democracias de los
anticuerpos necesarios para luchar contra los virus ultraderechistas que, bajo
una retórica supuestamente democrática, solamente pretenden vaciar la
democracia de su contenido y destruirla desde dentro.