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lunes, 28 de marzo de 2022

RESEÑA SOBRE EL LIBRO "UNA VIOLENCIA INDÓMITA. EL SIGLO XX EUROPEO" DE JULIÁN CASANOVA

 


El catedrático de historia contemporánea de la Universidad de Zaragoza, Julián Casanova, nos ofrece en este ensayo un estudio de historia comparada al más alto nivel académico centrándose en los tipos de violencia que sufrió el continente europeo durante el siglo XX. Especialmente interesante es el capítulo 7 sobre la violencia en Europa Central y del Este.

Julián Casanova

En las notas de un discurso para las elecciones de 1922, Winston Churchill se refería a la “larga serie de sucesos desastrosos que habían ensombrecido los veinte primeros años del siglo XX: hemos visto en todo el mundo, en un país tras otro, donde se había levantado una estructura organizada, pacífica y próspera de sociedad civilizada, recaer en una secuencia espantosa de quiebra, barbarismo o anarquía”.

La Primera Guerra Mundial y la Revolución Bolchevique como sus principales efectos habían transformado el orden internacional establecido e inaugurado un periodo de inestabilidad política y económica de terribles consecuencias para la población que lo vivió.

El economista John K. Galbraith escribió muchos años después que, aunque su generación siempre pensó en la Segunda Guerra Mundial “como el gran momento crucial del cambio”, en realidad, desde el punto de vista social, las transformaciones más decisivas las había provocado la Primera Guerra Mundial.

Según Hobsbawm, un siglo XX “corto”, que duró solo desde 1914 hasta la desintegración de la URSS en 1991.

Aunque está claro el significado histórico que encierran estas dos fechas de inicio y final del siglo “corto”, el análisis de la violencia indómita en Europa que propone el autor en este libro rompe con esa periodización y la muy aceptada división del siglo XX en dos mitades, de contrastes, una primera muy violenta y una segunda pacífica. Esa división cronológica refleja un enfoque “europeo-occidental”, elaborado sobre todo desde Gran Bretaña y Francia, que resta importancia o ignora los diferentes procesos históricos de una amplia región de Europa Central y del Este, así como de los países mediterráneos.

BREVE SINOPSIS DE LOS CAPÍTULOS

Los dos primeros capítulos examinan la tensión entre el mundo de privilegios, lujo y poder en el que estaba instalada una parte de la sociedad europea antes de 1914, en la que muy pocos anticiparon su hundimiento, y “el volcán que estaba siendo alimentado por el poder explosivo del colonialismo”. El reparto oficial del gran pastel africano desde los años ochenta del siglo XIX significó un punto de inflexión para el nuevo imperialismo de las principales potencias europeas, que contagió a amplios sectores de sus sociedades con racismo, militarismo y etnonacionalismo.

Y fue en las colonias donde comenzó la “orgía de violencia” que destruyó la vida de millones de personas y que “rebotó” a Europa, volviendo a la dirección de origen, en 1914.

Varios historiadores, por lo tanto, han identificado en los últimos años los componentes básicos que desde finales del siglo XIX allanaron el camino a la violencia que afloró con una fuerza e intensidad desconocidas en el continente europeo desde el estallido de la Primera Guerra Mundial: el nacionalismo étnico-racista, el imperialismo colonial, los conflictos de clase, agudizados por el triunfo de la Revolución Bolchevique y una crisis prolongada del capitalismo. Conforme avanzó el siglo XX, el número de víctimas civiles en las guerras respecto a las militares no dejó de aumentar, constituyendo la mayoría de los asesinados, mutilados y violados.

Los capítulos tercero y cuarto, lo que denomina “culturas de guerra y revolución”, cubren la primera gran oleada de violencia masiva que vivió el continente europeo a causa de la Primera Guerra Mundial, las revoluciones rusas de 1917 y las secuelas de los conflictos armados y el paramilitarismo que dejó la quiebra de los imperios y del sistema tradicional de poderes en una gran parte de Europa Central y del Este. Porque, aunque oficialmente duró cuatro años y tres meses, la Primera Guerra Mundial no acabó en noviembre de 1918 con el armisticio, sino que fue seguida de una oleada de violencia paramilitar, de “brutalización” de la política y de glorificación de las armas, de la violencia y de la masculinidad.

Tras la Gran Depresión, que comenzó a sentirse con fuerza a partir de 1930, la democracia aguantó sólo en unos pocos países y un nuevo autoritarismo, representado por los fascismos y los movimientos populistas de derecha radical, triunfó en todos los demás, en un continente económica y políticamente roto. Fascismo y violencia fueron unidos desde el principio, porque los fascistas contemplaron la violencia no solo como un instrumento en la lucha política, sino como el “elemento unificador” de su propia existencia.

En el capítulo quinto, “la violencia sin fronteras”, se hace un recorrido transversal por diferentes casos extremos de violencia, principalmente la limpieza étnica, el genocidio y la violencia sexual.

La limpieza étnica y el genocidio son formas de violencia que persiguen a las personas por su raza, religión, nacionalidad o etnicidad y aunque no siempre coinciden en la dimensión y magnitud de la destrucción, ambos fenómenos aparecieron juntos en cuatro diferentes “oleadas de violencia” de la historia del siglo XX. La primera comenzó con la guerra de los Balcanes en 1912 y finalizó con el Tratado de Lausana de 1923. La segunda coincidió con el periodo de hegemonía nazi en Europa y con el momento en el que la Unión Soviética de Stalin pasó de la persecución de determinados grupos sociales, especialmente campesinos, a las deportaciones masivas de grupos definidos por su nacionalidad. La tercera, menos mortal pero con más población desplazada, ocurrió en el momento final de la Segunda Guerra Mundial y en los años posteriores. La última tuvo lugar en la antigua Yugoslavia en los años noventa cuando se creía que la limpieza étnica y el genocidio eran hechos de una “era de atrocidad” dejada ya atrás décadas antes.

Fueron precisamente las violaciones masivas de mujeres musulmanas en Bosnia-Herzegovina -y el subsiguiente reconocimiento internacional como crímenes de guerra- las que orientaron una nueva historiografía de estudios sobre la violencia sexual en otras guerras, revoluciones y contrarrevoluciones, posguerras y ocupaciones militares, desde el genocidio de los armenios a la Francia de Vichy, el Holocausto, la Italia de Mussolini o la España de Franco. Los diferentes conflictos armados que jalonaron el siglo XX europeo crearon un entorno con dinámicas específicas y excepcionales de violencia sexual, de licencia para violar de forma repetida y como espectáculo público.

Las dos guerras mundiales y las revoluciones de 1917 fueron las escuelas en las que se forjaron los principales lazos de sangre, étnicos, nacionalistas y de clase a través de los cuales se han construido los relatos, argumentos y acontecimientos más relevantes. Pero la Segunda Guerra Mundial tampoco acabó en 1945 y en los tres años siguientes cientos de miles de personas fascistas, colaboracionistas y criminales de guerra fueron víctimas de violencia retributiva y vengadora.

En el capítulo sexto se analiza ese amplio catálogo de sistemas de persecución, desde linchamientos hasta sentencias de muerte, prisiones y trabajos forzados. Los soldados soviéticos, en su avance por el este y centro de Europa, saquearon y violaron con desenfreno. En las grandes capitales de Budapest, Viena y Berlín, liberadas por el Ejército Rojo tras fieros combates, del 10% al 20% de las mujeres fueron violadas, una historia silenciada durante largo tiempo, hasta el derrumbe del comunismo en 1989.

La violenta derrota del militarismo y de los fascismos allanó el camino para una alternativa que había aparecido en el horizonte de Europa Occidental antes de 1914, pero que no se había podido estabilizar después de 1918. Era el modelo de una sociedad democrática, basado en una combinación de representación con sufragio universal, estado de bienestar, con amplias prestaciones sociales, libre mercado, progreso y consumismo.

A partir de 1945 la cultura dominante en la política y en la sociedad democráticas rechazó la violencia. Esta continuó, sin embargo, en los Estados del bloque soviético dominados por los partidos comunistas, aunque cambiara sus formas y manifestaciones, así como en las dos únicas dictaduras ultraderechistas surgidas con los fascismos antes de 1939, en Portugal y España, y que se perpetuaron durante las tres décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. De 1967 a 1974, la persecución política, las cárceles, la tortura y los asesinatos formaron parte de la vida cotidiana en Grecia, durante el régimen de los Coroneles. Fueron las anomalías más importantes en la trayectoria histórica de Europa Occidental democrática y capitalista durante la segunda mitad del siglo XX.

La victoria de Stalin en la Segunda Guerra Mundial le proporcionó una oportunidad sin precedentes para imponer su visión del comunismo en los países vecinos.

Eso es lo que el autor narra en el capítulo séptimo, los caminos diferentes y escenarios de confrontación que vivieron los ocho países que componían ese amplio territorio al que se llamó Europa del Este, desde la ocupación por el Ejército Rojo en 1945 hasta las guerras de secesión de Yugoslavia.

Entre 1989 y 1991 el mundo contempló un acontecimiento extraordinario, la disolución pacífica de un gran poder multinacional. Pero quedaba Yugoslavia.

Julián Casanova finaliza el libro con una aproximación a cómo se recuerdan esos pasados fracturados desde el presente dividido. Las cicatrices visibles u ocultas que ha dejado ese siglo XX de violencia indómita.

Como no hay una única historia europea, sino múltiples historias que se superponen y entrecruzan una con otra, el autor ha intentado situar las principales manifestaciones de la violencia en un contexto transnacional y comparado. Tampoco hay una teoría general sobre la violencia, ni los casos específicos ayudan por sí solos a establecer lo que ha sido su principal propósito: descubrir y conceptualizar la lógica de la violencia a través de similitudes y diferencias entre los distintos episodios históricos.

Este es un libro sobre el siglo XX europeo, en el sentido más amplio, y no solo sobre Europa Occidental. La historia con mayúsculas de los “grandes personajes” -principalmente hombres blancos y cristianos- se cruza, encuentra y, a veces, choca con historias en minúsculas de la multitud, de hombres y mujeres anónimos. Como prueba de que la Historia nunca es una calle de una sola dirección. Y la forma de narrar que ha elegido el autor plasma también esa evolución, se vuelve más sombría conforme la violencia individual del atentado contra reyes y tiranos dio paso de forma definitiva a la de masas, a la eliminación de grupos definidos por la clase, la raza, la religión o la nación.

Las fuentes históricas siempre son fragmentarias, iluminan algunos aspectos y acontecimientos y dejan otros en la oscuridad. Esos últimos son precisamente los que los historiadores debemos buscar.

Lo que aparece en muchas ocasiones con la etiqueta de “histórico” se refiere más bien a tradiciones inventadas. Los pasados fracturados se recuerdan desde presentes divididos. Las memorias se cruzan y la historia europea compartida es matizada y bloqueada por las diferentes memorias nacionales.

Los recuerdos y conmemoraciones de pasados difíciles y violentos plantean enormes desafíos a los historiadores que intentamos diferenciar entre historia y memoria, entre conocimiento documentado y subjetividad.

Las memorias cambian con el tiempo, conforme la sociedad y la política evolucionan, y se transforman también sus maneras de difusión en los medios de comunicación.

Ya lo advertía Tzvetan Todorov hace más de dos décadas: hay una distinción “entre recuperación del pasado y su subsiguiente utilización”. El historiador no es un mago capaz de desvelar completamente el pasado, sino una guía que estimula a leer y pensar críticamente.

Por lo tanto, no hay una única historia europea, sino múltiples historias que se superponen y se entrecruzan unas con otras.

Hoy más que nunca es necesario el trabajo de los historiadores y marcar con una fijación extrema en nuestras mentes la siguiente frase:

“RECORDAR PARA NUNCA OLVIDAR”


sábado, 8 de enero de 2022

DISERTACIÓN SOBRE EL LIBRO "EXTREMA DERECHA 2.0. QUÉ ES Y CÓMO COMBATIRLA" DE STEVEN FORTI

 

Quiero comenzar el año 2022 elaborando una disertación del ensayo histórico titulado “Extrema derecha 2.0. Qué es y cómo combatirla” de la editorial Siglo XXI escrito por el historiador italiano afincado en Barcelona Steven Forti.

Steven Forti

Como diría Mark Twain “la Historia no se repite, pero rima”. Y de eso trata este libro, de cómo los ecos del pasado ultraconservador y reaccionario europeo del periodo de entreguerras tienen su reflejo en los nuevos partidos políticos de extrema derecha creados en los últimos veinte años, pero centrándose en las características propias y los cambios que han experimentado éstos para adaptarse al contexto actual del siglo XXI. Forti recalca que este fenómeno de “la Internacional Reaccionaria” es global y hay que estudiarlo de forma comparada entre países para poder entenderlo correctamente. Aunque se centre en los casos europeos de Polonia, Hungría, Italia, Francia, Reino Unido y España, también hace alusión a los Estados Unidos de Donald Trump y al Brasil de Jair Bolsonaro.

Enric Juliana

El libro comienza con un magistral prólogo del periodista del diario catalán La Vanguardia Enric Juliana. En él, Enric expone las causas que trajeron el fascismo en el periodo de entreguerras y utiliza muy finamente la ironía a la hora de resaltar cómo la prensa de aquel momento favoreció la rápida expansión de este fenómeno histórico.

“El periodista italiano Benito Mussolini dirigía un diario digital muy atento a la amargura de los soldados que habían salido lisiados y traumatizados de los duros combates de la Primera Guerra Mundial, la gran carnicería europea del siglo XX. Los aduló, los organizó y los convirtió en fuerza de choque contra el sindicalismo agrario. Gracias a ellos, alcanzó el poder a finales de 1922, pronto hará cien años. Gracias a ellos, la palabra fascismo todavía nos persigue. […] Al frente de su diario digital (que no se llamaba OK Giornale -OK Diario-) organizó políticamente aquella corriente de odio que embargaba a los hombres que habían ido a la guerra y que ahora pedían caridad por las calles o malvivían en los suburbios.

[…] Evidentemente, Benito Mussolini no dirigía un periódico digital, puesto que esta tecnología no existía en los años veinte del siglo pasado. Dirigía un periódico impreso de gran tirada, que llegó a tener una enorme influencia. La prensa movilizó muchas pasiones políticas en los siglos XIX y XX. La letra impresa era tremendamente poderosa en ausencia de imágenes animadas. La prensa llevó a mucha gente a la guerra. Cuando a la letra impresa se le sumo la voz radiada, las puertas del templo se abrieron para los nuevos césares histriónicos. Y cuando aparecieron los primeros noticiarios filmados, el Duce italiano alcanzó su cénit de popularidad. Benito Mussolini se convertía en el primer jefe de gobierno de la era moderna que aparecía con el torso desnudo ante sus ciudadanos: un cincuentón musculoso trabajando en la cosecha: la batalla del grano. Un político ultramoderno. En todos los países aparecieron imitadores.”

Uno de los miedos recurrentes en los últimos años en el mundo occidental es el de un futuro marcado por gobiernos autoritarios y populistas, el declive de las democracias liberales, el fin del Estado de derecho e, incluso, el regreso del fascismo. En realidad, si contemplamos el panorama existente no debería extrañarnos: el populismo se ha convertido en una marca de nuestra época, la extrema derecha avanza por doquier y gobierna o ha gobernado en diferentes países, mientras que en otras latitudes el autoritarismo es ya un modelo de gobierno aceptado, desde Rusia a India, pasando por Filipinas, China o Turquía. Las distopías del futuro son, en buena medida, una parte de la realidad que nos ha tocado vivir.

Este libro se mueve entre la historia y la ciencia política e intenta explicar qué es y de dónde viene la nueva extrema derecha, cuáles son sus relaciones con el populismo, qué diferencias tiene con el fascismo de la época de entreguerras y cuáles son sus tácticas, estrategias y objetivos. En síntesis, si no sabemos qué es esta nueva extrema derecha va a ser imposible tomar medidas para frenarla y combatirla. La ultraderecha, en suma, no desaparecerá de un día para otro porque las razones que explican su surgimiento y avance dependen de los cambios profundos que han vivido, están viviendo y vivirán nuestras sociedades.

Este libro está estructurado en cuatro capítulos. En los dos primeros se explicará qué es la nueva extrema derecha. Será necesario, por tanto, afrontar la cuestión de cómo definir este fenómeno, teniendo en cuenta el debate que se ha dado en los últimos tiempos a nivel académico y en la opinión pública. Consecuentemente, en el primero, se intentarán superar los dos principales escollos que dificultan su comprensión: el del populismo y el del fascismo. Para realizar esta operación, es imprescindible no solo analizar las principales interpretaciones que se han ofrecido hasta ahora, sino también volver a los orígenes; es decir, entender el populismo y el fascismo como fenómenos históricos.

Superados o, por lo menos, circunnavegados estos dos enormes obstáculos se podrá ofrecer, en el segundo capítulo, una definición de la extrema derecha 2.0, haciendo hincapié en sus características principales y mostrando cómo, más allá de las divergencias, a veces supuestamente insalvables, que tienen las distintas formaciones y movimientos acerca de temas como la economía, los valores y geopolítica, se trata de una gran familia internacional. Con todo, no se podrá evitar hablar de las causas de sus avances y su organización a escala europea.

En el tercer capítulo se profundizará en las analogías y las divergencias con el fascismo histórico para mostrar que la nueva ultraderecha no representa sencillamente unas viejas ideas cubiertas de nuevos ropajes. Si bien no faltan elementos de continuidad con el pasado, se mostrará la radical novedad de este fenómeno bajo al menos dos puntos de vista. En primer lugar, la capacidad para utilizar las nuevas tecnologías digitales ha permitido a la extrema derecha 2.0 salir de la guetización del neofascismo y difundir o, mejor dicho, viralizar su discurso y sus ideas, convirtiéndolas en muchos casos en aceptables o, más aún, de sentido común para buena parte de la población. En segundo lugar, se abordará la renovación ideológica de la cual ha podido beber la extrema derecha 2.0.

El capítulo cuarto se presenta como un cierre propositivo: después del análisis e interpretación del fenómeno, se propondrá una especie de breve manual de instrucciones para combatir la extrema derecha. Se delineará, en síntesis, una posible respuesta poliédrica y multinivel que se podría desarrollar y poner en práctica para frenar su avance, prestando especial atención a las medidas que se deberían implementar desde las instituciones, los partidos democráticos, los medios de comunicación, la sociedad civil y los movimientos sociales.

CAPÍTULO 1: EXTREMA DERECHA 2.0. ¿DE QUÉ ESTAMOS HABLANDO?

Nigel Fareg, Donald Trump y Erdogan

Adaptando por enésima vez la frase de Karl Marx, podemos afirmar que “un fantasma recorre Europa”: el fantasma de la ultraderecha. Ya no cabe duda de ello, por lo menos desde 2016. Ese año se debe interpretar como un claro punto de inflexión debido a dos grandes acontecimientos: en Reino Unido ganó el Leave en el referéndum del mes de junio y menos de cinco meses después Donald Trump se hacía con la victoria en las elecciones presidenciales de Estados Unidos. A estos dos eventos deberíamos sumar también el golpe de Estado fallido en Turquía del mes de julio que dio pie a un marcado giro autoritario de Recep Tayyip Erdogan. A partir de aquel entonces, en todo el mundo occidental el avance de partidos de extrema derecha se hizo cada vez más tangible.

Le Pen, Hofer, Salvini, Bolsonaro, Kaczunski, Abascal, Orbán y Jansa

En 2017, Marine Le Pen conseguía el 34 por 100 de los votos -unos 10 millones de sufragios- en la segunda vuelta de las presidenciales francesas y el Partido de la Libertad Austriaco (EPÖ) accedía al gobierno del país alpino en coalición con los populares, tras haber estado muy cerca, el año anterior, de hacerse con la presidencia de la República con su candidato, Norbert Hofer. En la primavera de 2018 la Liga de Matteo Salvini formaba un Ejecutivo nacionalpopulista con el Movimiento 5 Estrellas (M5E) en Italia y a finales de año Jair Bolsonaro se convertía en presidente de Brasil. Además, por esas mismas fechas, la entrada en escena de Vox en Andalucía, seguida al año siguiente por la de Chega! En Portugal, ponía fin a la que se denominó con ingenuidad la “excepción” ibérica. En la primavera de 2019, el ultraderechista Partido Popular Conservador de Estonia (EKRE), tras haber obtenido casi el 18 por 100 de los votos, entraba en un Ejecutivo de coalición de derecha en Tallin y en las elecciones europeas del mes de mayo los partidos ultraderechistas obtenían su mejor resultado tanto en votos como en escaños: en cinco países -Francia, Gran Bretaña, Italia, Polonia y Hungría- la ultraderecha fue el partido más votado. Podríamos seguir con esta panorámica a vista de pájaro mirando también al norte y, sobre todo, al este del viejo continente, donde tanto Jaroslaw Kaczunski como Viktor Orbán han dado pasos de gigante hacia un modelo de democracia iliberal en Polonia y Hungría, respectivamente. El país magiar, en realidad, se ha convertido en un verdadero régimen autoritario en el corazón de la Unión Europea. Y Eslovenia, tras la vuelta al gobierno a principios de 2020 de Janez Jansa, el “discípulo dilecto” de Orbán, parece que está tomando el mismo camino.  Las nuevas extremas derechas, pues, son hoy un actor político de primer plano en todo el mundo occidental, se sientan ya en todos los parlamentos nacionales europeos -las únicas excepciones son Irlanda y Malta- e incluso gobiernan en algunos Estados.

Modi, Duterte, Putin, Erdogan y Xi Ping

A esta sombría escena, bastante eurocéntrica a decir la verdad, debemos añadir también lo que pasa en otras latitudes. Desde 2014 India está presidida por Narendra Modi, cuyo partido, el nacionalista hindú Bharatiya Janata Party (BJP), dispone de mayoría absoluta en el Parlamento del segundo país más poblado del mundo. En 2019, Modi ha revalidado la presidencia, mejorando sus resultados. Tres años antes, Rodrigo Duterte, conocido con el apodo de El Castigador por su mano dura contra la criminalidad en la larga etapa que ostentó la alcaldía de Davao, se hizo con la presidencia de Filipinas: durante su mandato, la guerra contra el narcotráfico ha sido la justificación para la aprobación de medidas autoritarias, los asesinatos y el recorte de derechos. Hoy en día Putin lleva ya más de dos décadas en el poder en Rusia: tras la última reforma constitucional podría quedarse en la presidencia hasta 2036. Algo similar puede decirse de Turquía donde Erdogan lleva en el poder desde 2003, entre los cargos de primer ministro y presidente de la República. Y podría quedarse hasta 2029 ó 2034 después del giro presidencialista de la reforma de la Constitución de 2017. No hace falta mencionar el caso chino, sin duda muy distinto comparado con todos los anteriores, pero también sintomático de la que podemos definir como la ola autoritaria global que nos está, literalmente, sumergiendo.

Sin embargo, tampoco se trata de algo totalmente nuevo o que deba sorprendernos. Desde que se derrotó a los fascismos históricos en la Segunda Guerra Mundial, ha habido 3 olas ultraderechistas documentadas de manera rigurosa. Según Cas Mudde, con el nuevo milenio habría empezado una cuarta ola caracterizada por un importante aumento de los consensos de las formaciones ultraderechistas y su desmarginación, es decir, la aceptación de las ideas propias de la que Mudde define derecha radical populista por parte de los partidos tradicionales de la derecha que, además, consideran a estas formaciones como socios de coalición aceptables.

En los últimos años, y aún más en el último lustro, se han vertido ríos de tinta para intentar describir e interpretar este fenómeno. Estamos lejos de llegar a un consenso en cuanto a su denominación. Hay quienes proponen llamarlo populismo de derecha radical, otros se decantan por nacionalpopulismo, hay quienes abogan por posfascismo y quienes defienden la utilización del término fascismo a secas. Esto provoca que su estudio sea muy complicado ya que definir un fenómeno es el primer paso para poder entenderlo.

Es indudable que el populismo se ha convertido en un cajón de sastre donde poner todo lo que no encaja en el pensamiento y la práctica política tradicional en una época que ya no es líquida, como dijo Zygmunt Bauman, sino más bien gaseosa.

El populismo es pues “una forma de democracia electoral autoritaria”, puede ser de izquierda, centro o de derecha y tiene puntos en común con el neofascismo -la mitificación del pueblo, el liderazgo carismático, la identificación del pueblo con una comunidad nacional que para el populismo de derecha radical se define en términos étnicos-, pero también diferencias. Así “cuando el populismo se vuelve antidemocrático totalmente, deja de ser populismo” y se convierte en una dictadura.

Le Pen, Berlusconi y Tsipras

Koen Abst y Rudi Laermans diferencian tres manifestaciones principales de populismo en el actual contexto europeo: el populismo de derecha radical, el populismo neoliberal y el populismo social o de izquierdas. Poniéndole cara a estas categorías, Le Pen, Berlusconi y Tsipras vendrían a representar las tres manifestaciones del populismo actual.

La democracia liberal ha entrado en crisis porque se han disipado las contingencias históricas que le habían permitido asentarse. Es decir, se iban a desvanecer en el aire un crecimiento económico -el de la posguerra mundial-, que redujo las desigualdades y permitió un aumento generalizado del nivel de vida; unos medios de comunicación moderadores del debate nacional que operaban como barreras a la difusión de ideas extremas; una composición étnicamente homogénea de las sociedades occidentales que evitaba que la cuestión de la identidad nacional cobrase centralidad en la competición política. La triple crisis -económica, política y migratoria-, junto a la profunda transformación de los medios de comunicación tradicionales -y el desdibujamiento de su papel de generadores de opinión- a causa del auge de internet y las redes sociales, hicieron saltar por los aires este equilibrio.

Si quisiéramos ponerle unas fechas a esas tres crisis serían posiblemente 2001, 2008 y 2015.

Ataque a las Torres Gemelas el 11/09/2001

El ataque del 11 de septiembre de 2001 a las Torres Gemelas de Nueva York cerró abruptamente unos “dulces” años noventa marcados, al menos en Occidente, por la fe neopositivista en el progreso, la democracia y el fin de los conflictos internacionales. Fue la década del “fin de la historia” de Francis Fukuyama, de la pax americana, del consenso de Washington, de las terceras vías socialdemócratas y de la aceleración del proceso de construcción de la Unión Europea. El 11S significó un neto cambio de paradigma con el inicio de la guerra al terrorismo y, consecuentemente, del aumento exponencial de la islamofobia en la mayoría de los países occidentales.

Quiebra del banco de inversiones Lehman & Brothers

La quiebra de Lehman Brothers, el cuarto banco de inversión más grande de Estados Unidos, el 15 de septiembre de 2008 fue la espoleta de la crisis más grande del capitalismo desde 1929. Las políticas de austeridad aplicadas en los años siguientes, y en Europa especialmente tras la crisis de deuda soberana de 2010, pusieron sobre la mesa no solo los excesos del sistema capitalista, sino también la profunda crisis que estaba sufriendo el modelo neoliberal, por aquel entonces hegemónico en Occidente desde hacía unas tres décadas. El optimismo desenfrenado de los años anteriores se convirtió, de repente, en un pesimismo que mezclaba estallidos de indignación y rabia -desde el 15M, pasando por Occupy Wall Street, hasta las Primaveras Árabes-, con una desilusión aceptada y una creciente resignación por parte de una población que se despertaba resacosa y malhumorada de un largo espejismo.

Campamento de refugiados de Lesbos

La tercera crisis ha sido la migratoria o de los refugiados de 2015, ampliada por la cobertura que de ella hicieron la mayoría de los medios de comunicación, creando un verdadero clima en que las ideas ultraderechistas sobre la supuesta “invasión” de extranjeros pudieron calar con más facilidad. Además, la incapacidad de la Unión Europea para gestionar de forma conjunta la crisis agravó aún más, si cabe, el problema, no obstante, la canciller alemana Ángela Merkel intentó, con notable valentía, dar el buen ejemplo al decidir, a finales de agosto de 2015, abrir las fronteras de su país a los migrantes. Sin embargo, no todos los líderes europeos siguieron su estela. El primer ministro húngaro Viktor Orbán construyó una valla de 175 kilómetros en las fronteras con Serbia; Nigel Farage utilizó las imágenes de las colas de migrantes para defender el Brexit; y la primera gran medida que tomó Matteo Salvini al ser nombrado ministro del Interior en junio de 2018 fue cerrar los puertos italianos y criminalizar a las ONG que salvaban a migrantes en el Mediterráneo.

A estas tres crisis (2001, 2008 y 2015) habría que añadir dos episodios previos que marcaron el desarrollo de los acontecimientos. 

Caída del Muro de Berlín

Por un lado, el final de la Guerra Fría, entre 1989 y 1991, significó no solamente un cambio de época con el paso de un orden bipolar a uno unipolar -según el historiador británico Eric J. Hobsbawm fue entonces cuando se cerró el “breve” siglo XX-, sino también una profunda transformación, más o menos radical, más o menos rápida, en todos los sistemas políticos, empezando por los países del antiguo bloque comunista.

Ronald Reagan y Margaret Thatcher

Por otro lado, y aunque nadie haya reparado en él, sigue habiendo un elefante en la habitación: la revolución neoliberal de Thatcher y Reagan, empezada con la crisis de la estanflación de la década de los setenta y las victorias conservadoras en Reino Unido y Estados Unidos en 1979 y 1980, respectivamente. La desregularización del capital, la privatización de bienes y servicios públicos, la reducción de la progresividad fiscal, la disminución del Estado del bienestar y los ataques a las organizaciones sindicales y de trabajadores han conllevado un paulatino proceso de desmantelamiento de la sociedad, despolitización y desdemocratización, es decir, de vaciamiento de la democracia entendida como soberanía popular y poder político compartido. Obviar, en síntesis, las consecuencias de la hegemonía neoliberal a partir de principios de los ochenta nos impediría entender tanto la eclosión del mal llamado populismo como el avance de la nueva ultraderecha.

Una de estas consecuencias es, sin duda alguna, el aumento de la desconfianza hacia los partidos tradicionales y las instituciones que ha llegado a trasladarse al propio sistema democrático. Un claro síntoma de esto es la elevada abstención que suele haber en casi todos los procesos electorales recientes. La participación electoral ha ido variando según el contexto y el momento, dependiendo también de dinámicas políticas internas, pero, excepto en casos de fuerte polarización como el referéndum británico de 2016, las presidenciales norteamericanas de 2020 o las elecciones catalanas de 2017, el trend es de un aumento, más o menos marcado, de la abstención en todos los países occidentales.

En la última década se ha venido creando una verdadera crisis cultural y de valores que atañe especialmente al mundo occidental. Nuestras sociedades están cada vez más deshilachadas y atomizadas; además, carecen de referentes culturales y morales. Como apunta Enrique Ujaldón Benítez, las transformaciones generan miedo y el miedo es uno de los combustibles del populismo. Y, obviamente, de la ultraderecha.

Llegados a este punto es preciso que nos hagamos la siguiente pregunta ¿Qué fue el fascismo? Ya hemos explicado en qué consiste el populismo y ahora nos toca adentrarnos en este otro fenómeno histórico siempre recurrente a la hora de hablar de la ultraderecha en la actualidad.

Mussolini y Hitler ante las masas

El fascismo fue un movimiento político que nació al final de la Primera Guerra Mundial y que vivió su apogeo en las dos décadas siguientes en todo el continente europeo: su arraigo y propagación fue favorecida por la crisis económica de 1929 y por la llegada al poder de Hitler en Alemania en enero de 1933 y su expansionismo militar durante la Segunda Guerra Mundial. Nadie pone en duda que la cuna del fascismo fue Italia con la fundación, en marzo de 1919, de los Fasci di Combattimento, así como considerar que la llegada al poder de Benito Mussolini a finales de 1922 y, sobre todo, su giro autoritario a comienzos de 1925, permitieron que allende los Alpes se mirara con interés a ese nuevo fenómeno político, planteándose adaptarlo o directamente importarlo.

Resumiendo, y simplificando un poco, el fascismo fue una de las respuestas que se dieron al ingreso de las masas en la historia y en la vida política; una respuesta que mostró cómo también la derecha, y no solo la izquierda, podía y sabía, a su manera, organizarse en partidos de masas.

La percepción y el convencimiento de que el fascismo era un fenómeno revolucionario era extendida en los años de entreguerras.

Definir a la ultraderecha actual como fascista sería demasiado simple e incorrecto. Así, Cas Mudde, uno de los mayores expertos sobre estas temáticas, propone hablar de ultraderecha, una macrocategoría -que “no es singular, sino plural”- en la cual entrarían tanto la extrema derecha como la derecha radical. Ambas se oponen al consenso liberal de posguerra, pero tienen unas posturas distintas a propósito de la democracia: la primera es esencialmente antidemocrática, esto es, que rechaza la esencia misma de la democracia, mientras que la segunda es “anti-liberal-demócrata”, es decir, que “acepta la esencia de la democracia, pero se opone a elementos fundamentales de la democracia liberal, y de manera muy especial, a los derechos de las minorías, al Estado de derecho y a la separación de poderes”. La primera sería revolucionaria y la segunda reformista, así que solo la derecha radical puede ser populista porque, según Mudde, el populismo es, al menos teóricamente, prodemocrático. Asimismo, Mudde considera que en la cuarta ola, que ha empezado con el nuevo milenio, la ultraderecha se ha desmarginalizado y normalizado.

La nueva extrema derecha, en cambio, no solo critica a las democracias liberales, sino que se opone claramente a su misma esencia y propone, más o menos explícitamente, transitar hacia un sistema distinto, como muestra el caso de la democracia iliberal de Hungría. Si llamamos derecha radical a Orbán, Trump o Salvini lo que estamos haciendo es, a fin de cuentas, blanquearlos.

Recordad la siguiente frase de la socióloga Beatriz Acha Ugarte “no se puede rechazar la democracia liberal sin rechazar también, de alguna manera, la democracia”.

CAPÍTULO 2: EXTREMA DERECHA 2.0: UNA DEFINICIÓN.

Nos encontramos ante un fenómeno radicalmente nuevo. La Liga, Alternativa para Alemania, el Partido de la Libertad holandés, la Agrupación Nacional o Fidesz no son el partido milicia fascista de la época de entreguerras. Como mucho, y no todos, llenan su retórica de la grandeza nacional del pasado: la Hungría milenaria de Orbán, el “Make America Great Again” trumpista o la Iberosfera de Vox, que le guiña el ojo a la memoria del Imperio español. Los ultras de la actualidad visten camisa y americana, a veces incluso se ponen una corbata: ya no se les ve con cabeza rapada, chupas de cuero y esvásticas tatuadas haciendo el saludo romano en concentraciones autoguetizantes. Esto no quiere decir que no sean peligrosos. Estas formaciones son hijas de este comienzo del siglo XXI, de sus transformaciones, miedos y percepciones.

Eso sí, todas estas formaciones y sus líderes son demagogos y utilizan sin duda alguna las herramientas populistas porque nos encontramos en una fase o momento populista. De igual modo, todas estas formaciones han demostrado ampliamente saber aprovechar más y mejor que los partidos tradicionales las nuevas tecnologías, comenzando por las redes sociales -Facebook, Twitter, Instagram, Whatsapp, Tik Tok, etc.- y continuando con la perfilación de datos de forma alegal o directamente ilegal, como demostró el escándalo de Cambridge Analytica.

¿Por qué no podemos definir como fascistas a Salvini o a Trump? La respuesta está en los contextos históricos: el fascismo es una experiencia que tiene unos límites cronológicos claramente establecidos (1919-1945), y por ello la macrocategoría de fascismo es útil para el periodo de entreguerras. Ahora es necesaria otra macrocategoría para definir este nuevo fenómeno que se está produciendo en la actualidad.

Llegados a este punto, para entender el significado del término extrema derecha 2.0 es necesario que recapitulemos los aspectos más importantes analizados hasta este momento:

Nos encontramos ante un fenómeno radicalmente nuevo; si bien puede tener -y, de hecho, tiene- algunos elementos que ya encontramos en los fascismos de entreguerras, este fenómeno no puede llamarse fascismo ni neofascismo; a pesar de que utilice las herramientas populistas, tanto en su discurso como en su práctica política, tampoco puede llamarse populismo, nacionalpopulismo o populismo de derecha radical ya que nos encontramos en un momento o fase populista que lo impregna todo; aunque estas formaciones no se autodefinan de extrema derecha y jueguen con el fin de las ideologías, todos estos partidos se sitúan claramente en la derecha extrema del espectro político. Entre sus características, resulta particularmente importante la capacidad de utilizar las nuevas tecnologías, sobre todo en lo que respecta a la propaganda política. Acuñar, crear y utilizar macrocategorías para entender los procesos históricos es útil y, en el caso concreto que nos atañe, es necesario una para incluir todos estos partidos, más allá de las diferencias que tienen en los programas políticos, las formas organizativas y las decisiones que toman una vez entran en las instituciones o llegan al gobierno.

Dentro de esta definición entrarían toda una serie de formaciones políticas (el Frente Nacional/Agrupación Nacional francesa, la Liga italiana, Hermanos de Italia, el Partido de la Libertad de Austria y el de Holanda, Vox, Chega!, el Brexit Party, Fidesz húngaro, Ley y Justicia (PIS) polaco, Alternativa para Alemania, el Partido Popular Danés, los Demócratas Suecos, el Partido del Progreso noruego, el Partido de los Finlandeses, la Nueva Alianza Flamenca, Solución Griega, etc.) que son miembros de los grupos de Identidad y Democracia y los Conservadores y Reformistas Europeos en el Parlamento Europeo. También se considerarían dentro de la marca Extrema Derecha 2.0 fenómenos como el trumpismo en Estados Unidos y el bolsonarismo en Brasil.

Todas las formaciones de la extrema derecha 2.0 tienen de hecho unos mínimos comunes denominadores. Entre estos, podemos mencionar un marcado nacionalismo, el identitarismo o el nativismo, la recuperación de la soberanía nacional, una crítica profunda al multilateralismo -y, en Europa, un alto grado de euroescepticismo-, la defensa de los valores conservadores, la defensa de la ley y el orden, la islamofobia, la condena de la inmigración tachada de “invasión”, la crítica al multiculturalismo y a las sociedades abiertas, el anti intelectualismo y la toma de distancia formal de las pasadas experiencias de fascismo. A grandes rasgos, además, todas estas formaciones se suelen centrar en cuatro temas principales en su discurso y en sus propuestas políticas: la inmigración, la seguridad, la corrupción y la política exterior.

Ahora bien, entre estas formaciones encontramos también unas divergencias nada desdeñables en al menos tres asuntos: la economía, los valores/derechos civiles y la geopolítica. Se podrían clasificar estas formaciones bajo dos categorías, los “social-identitarios” y los “neoliberales autoritarios”. Esto no significa que no sean parte de la “Internacional Reaccionaria”. Podemos afirmar que en la actualidad cada país da vida a la extrema derecha 2.0 que necesita. En síntesis, sus diferencias no impiden incluirlas en una misma macrocategoría.

En cuanto a las propuestas económicas, y teniendo en cuenta la evolución de las posiciones de algunas de estas formaciones en las últimas décadas, como pone de manifiesto el debate sobre las llamadas fórmulas ganadoras, encontramos partidos que defienden el Welfare Chauvinism o Estado de Bienestar Chovinista -una propuesta que combina la reivindicación de ciertos elementos del Estado social con una posición muy restrictiva respecto de quién puede recibir los beneficios de la solidaridad nacional- como por ejemplo la Agrupación Nacional francesa de Marine Le Pen y otras que apuestan por un programa marcadamente neo o ultraliberal, como Chega! O Vox.


El programa económico del partido liderado por Santiago Abascal (Vox), por ejemplo, se centra en la reducción de la intervención del Estado en la economía al basarse por el lado de los ingresos, en una completa redistribución fiscal cuyo flujo se orienta de abajo arriba y, por el lado del gasto, en la reducción a la mínima dimensión posible del sector público. Vox propone rebajar el Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas (IRPF) al 22 por 100 para quien declara hasta 60.000 euros y al 30 por 100 para quien declara más de 60.000 euros, mientras el Impuesto sobre Sociedades se rebajaría al 22 por 100. Las pérdidas para las arcas públicas serían enormes y el beneficio lo obtendrían esencialmente los más ricos. Es decir, los más pobres saldrían perjudicados. Asimismo, el partido de Abascal propone derogar definitivamente los impuestos sobre el patrimonio y sobre sucesiones y donaciones. En síntesis, la propuesta de Vox se puede resumir en la fórmula “desregularización y privatizaciones”, a partir de la idea de la eliminación de la deuda pública y una concepción del Estado autonómico como un sistema corrupto prácticamente irreformable.

En cuanto al tema de los valores, si bien es indudable que todas estas formaciones defienden un general conservadurismo, podemos apreciar unos cuantos matices en las posiciones que han adoptado sobre cuestiones como el aborto, la igualdad de género, la familia o los derechos del colectivo LGTBI, sobre todo en los últimos tiempos. Las culturas y las tradiciones políticas de cada país influyen en cómo la nueva ultraderecha aborda estas temáticas: en los países católicos u ortodoxos defiende posiciones mucho más duras si se compara con países protestantes o donde sencillamente la religión ha tenido históricamente un peso mucho menor en la época contemporánea. Hay cada vez más clara diferencia, pues, entre las extremas derechas del Este y el Sur de Europa, y también de América Latina, con las del Norte del Viejo continente.

En Hungría, por ejemplo, el gobierno de Orbán aprobó en junio de 2021 una ley que prohíbe hablar a menores de 18 años sobre diversidad sexual y de género en los colegios y medios de comunicación, tomando como modelo la ley rusa de 2013 “contra la propaganda gay”. La ley, en síntesis, vincula la homosexualidad con la pornografía y la pederastia. Además, el gobierno magiar, aunque había firmado en un primer momento la Convención de Estambul, decidió no ratificar este convenio del Consejo de Europa sobre la prevención y lucha contra la violencia hacia las mujeres y la violencia doméstica.

Zonas libres de ideología LGTBI en Polonia

En Polonia, el gobierno del PiS, en el poder desde 2015, se opone al matrimonio homosexual y, a pesar de las manifestaciones masivas de protesta en las calles, ha aprobado una ley que prohíbe abortar incluso en caso de malformación del feto. Además, alrededor de un tercio de las localidades del país se han proclamado “zonas libres de ideología LGTBI”.

Imagen difundida por VOX en 2019

Las propuestas de Vox no se alejan mucho de las del PiS o del mismo Bolsonaro: desde su mismo ingreso en política, la formación de Abascal ha hablado de “yihadismo de género” y ha pedido derogar la ley de violencia machista, sacar el aborto de la sanidad pública, fomentar “la familia natural” e incluso eliminar el uso del término “género”. También se dirigen de forma insultante a las integrantes del movimiento feminista denominándolas “feminazis”.

Bus de Hazte Oír llamando a las mujeres feminazis

Le Pen, Meloni, Monasterio y Olona

Podemos hacer una lectura similar sobre la cuestión de género. Es evidente que la nueva extrema derecha defiende políticas antifeministas y a veces directamente misóginas, pero para salir de su condición minoritaria ha asumido discursivamente algunas de las conquistas de las revueltas del 68 y de las luchas de los setenta, que podemos decir que forman parte ya del sentido común mayoritario de la sociedad. También es cierto que tiene más a menudo de lo que podíamos imaginar a líderes mujeres que además presentan perfiles que no encajan exactamente con el modelo femenino ultraderechista. Esta feminización del rostro está bien representada por las dos veces divorciada Marine Le Pen, pero también por Giorgia Meloni en Italia (líder del partido Hermanos de Italia), Rocío Monasterio o Macarena Olona en España. Todas ellas reivindican claramente ser mujeres: Giorgia Meloni lo proclamó fieramente en una manifestación de la derecha italiana contra el gobierno de centroizquierda en la plaza de San Giovani de Roma en octubre de 2019. Su frase “yo soy Giorgia, soy una mujer, soy una madre, soy cristiana, soy italiana” se convirtió en un meme, en concreto, en un videoclip, que obtuvo en pocos meses más de 10 millones de visualizaciones. El vídeo tenía el objetivo de ironizar sobre la líder de los Hermanos de Italia, pero, en realidad, se transformó en un bumerán para sus creadores, dos jóvenes DJ milaneses que se conocen con el nombre artístico de MEM & J, ya que Meloni lo relanzó hasta convertirlo en una especie de spot propagandístico tanto que su reciente autobiografía se titula Io sono Giorgia.

Versión Italiana

Autobiografía


Versión española dentro del acto Agenda España promovido por VOX

De todas formas, no hay que olvidar que la ultraderecha defiende un repliegue al hogar de las mujeres.

La tercera de las divergencias entre las extremas derechas 2.0 es evidente: la cuestión geopolítica. Mientras algunas formaciones son claramente atlantistas, como Vox, Chega! y la ultraderecha polaca y de los países bálticos, otros han mostrado, más o menos directamente, simpatías por la Rusia de Putin. En esto, obviamente, pesa el pasado de cada país y la cultura política de las derechas y del nacionalismo locales.

Abascal, Alejo Vidal-Quadras y André Ventura

En el caso de la Península Ibérica, pesa principalmente la forma en que nacieron las nuevas ultraderechas. Tanto Vox como Chega! son, al fin y al cabo, escisiones de los respectivos partidos conservadores, el PP y el Partido Social Demócrata (PSD): Santiago Abascal, así como el primer líder de Vox, Alejo Vidal-Quadras, venían de una larga militancia en los populares, mientras que André ventura fue concejal del PSD en el municipio de Loures, en la periferia de Lisboa. Sobre la colocación internacional de las derechas conservadoras española y portuguesa no hay mucho que debatir: el atlantismo ha sido siempre su principal referente. Huelga decir que es esencial la larga experiencia de los regímenes franquista y salazarista que, tras la derrota del Eje en la Segunda Guerra Mundial, se convirtieron en los “centinelas de Occidente”, peones muy útiles para Washington en una Europa partida en dos por el inicio de la Guerra Fría.

Rafael Bardají y Steve Bannon

Añádase además que, desde 2018, una de las figuras clave en el establecimiento de las relaciones internacionales de Vox es Rafael Bardají, que fue asesor de los ministros de Defensa del PP Eduardo Serra y Federico Trillo, y director de política internacional de la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES), presidida por José María Aznar. Bardají, estrechamente vinculado desde el segundo gobierno de Aznar con la administración de George W. Bush y enlace fundamental para la foto del trío de las Azores y la participación española en la invasión de Irak en 2003, ha sido el principal canal que ha puesto en contacto a los dirigentes de Vox con el mundo neocon estadounidense.

En el caso de otros países occidentales, como Francia, Italia o Austria, en cambio, las nuevas extremas derechas no son una escisión de la derecha conservadora tradicional. Por más que a lo largo de los últimos años se hayan dado casos de tránsitos de dirigentes políticos provenientes de la derecha clásica o incluso liberal hacia la ultraderecha, el Frente Nacional francés, el FPÖ austriaco o la Liga y Hermanos de Italia en el país transalpino son formaciones que nacieron en alternativa o directamente en oposición a las derechas hegemónicas en sus respectivos países, es decir, el gaullismo, la Democracia Cristiana y el Partido Popular austriaco. Esto le ha permitido, en lo que respecta a las relaciones internacionales y la política exterior, defender una posición distinta o, al menos, poder jugar en diferentes planos.

Las conexiones entre la ultraderecha europea y la Rusia putiniana se deben a diferentes razones. Por un lado, el gobierno de Moscú ha ido estrechando las relaciones con quien en Occidente -fuesen formaciones políticas, lobbies o medios de comunicación- pudiese defender sus intereses, como el fin de las sanciones económicas tras la anexión de Crimea en 2014. Por otro lado, la estrategia del Kremlin se ha centrado en crear inestabilidad en los países occidentales, como han mostrado, no solo las constantes campañas de desinformación orquestadas desde Moscú, sino también la injerencia en varias campañas electorales, como las estadounidenses de 2016. Por último, una parte de la extrema derecha 2.0 ve en la Rusia putiniana, además de un financiador, tanto un posible aliado contra la hegemonía norteamericana y una Unión Europea atlantista así como un modelo ideológico. Salvini, Strache, Weidel e incluso Le Pen compran, en gran medida, la visión putiniana de la sociedad centrada en tres pilares: soberanía, identidad y tradición.

Más allá de sus divergencias en temas como la economía, los valores y la geopolítica, hay por lo menos otras tres características que comparten todas las formaciones de la gran familia ultraderechista que se pueden sumar a los mínimos comunes denominadores mencionados con anterioridad.

En primer lugar, en cuanto a las estrategias políticas, su principal objetivo es polarizar a la sociedad, marcar el debate político con temas divisivos y escorar hacia la ultraderecha la opinión pública. Un objetivo facilitado por las redes sociales: de ahí que el tema de la posverdad y las fake news no sea algo baladí, sino una cuestión central en su modus operandi. Con este asunto se conecta también el componente desenfadado de muchos de los discursos de la extrema derecha 2.0 que la convierten en un movimiento que muchos de sus simpatizantes, sobre todo entre los jóvenes, perciben como rebelde e incluso antisistema.

En segundo lugar, todas estas formaciones muestran un exacerbado tacticismo: lanzan continuamente globos sonda en el debate público para ver si tienen recorrido y pueden cambiar de postura sobre temas cruciales en poco tiempo.

En tercer lugar, estas formaciones de extrema derecha 2.0 no niegan formalmente la democracia en sí, sino que critican la democracia liberal tachándola de no democrática, es decir, como algo desconectado de la voluntad del pueblo: de ahí su irritación por la separación de poderes y las reglas de funcionamiento básicas de las democracias liberales, pero también su más o menos explícita defensa de un modelo que el premier húngaro Viktor Orbán definió en 2014 como democracia iliberal. Como recuerdan Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, las democracias pueden morir no solo a manos de hombres armados, sino también de líderes electos, presidentes o primeros ministros que las erosionan paulatinamente, de forma casi imperceptible: “la paradoja trágica de la senda electoral hacia el autoritarismo es que los asesinos de la democracia utilizan las propias instituciones de la democracia de manera gradual, sutil e incluso legal para liquidarlas”.

Por último, la cuestión europea nos muestra que el tacticismo y la propaganda son dos características centrales en el discurso y la estrategia política de la nueva ultraderecha.

La extrema derecha ha dejado de ser ultraminoritaria en el Viejo continente así que puede permitirse soñar con gobernar: es decir, le conviene ahora intentar entrar en la sala de mando de la Unión Europea y decidir las políticas que se van a aplicar, y no solo hacer una estéril oposición de fachada para ganar más visibilidad mediática.

En síntesis, el nuevo discurso de la extrema derecha europea es el siguiente: el euro y la Unión Europea no nos gustan, y lo seguiremos diciendo, algunos más y otros menos, pero eso no es obstáculo para que queramos jugar en la misma liga que los demás y si no hacernos con el poder, sí al menos influir en las decisiones que se toman en Bruselas.

Esto explica la razón por la que la extrema derecha decidió apostar fuerte en las elecciones europeas de mayo de 2019. Este año, el objetivo de la ultraderecha era el de obtener al menos un tercio de los eurodiputados para poder bloquear al Parlamento Europeo y sellar una alianza con los populares para hacerse con las riendas de la Comisión.

Más allá del discurso, el segundo pilar de la nueva estrategia de la extrema derecha respecto a la Unión Europea es el organizativo: unificar los dos grupos ultraconservadores del Parlamento Europeo en uno solo.

CAPÍTULO 3: ¿VIEJAS IDEAS EN NUEVOS ROPAJES? LAS TRANSFORMACIONES DE LA EXTREMA DERECHA 2.0


“Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa”. Así empezaba Karl Marx el 18 de brumario de Luis Bonaparte, obra publicada en 1852 en que comparaba con cierta sorna el golpe de Estado que dio Luis Bonaparte con el golpe con que más de medio siglo antes Napoleón había cerrado la etapa del Directorio y abierto las puertas al tránsito hacia el Imperio.


Si hoy no cabe duda de que la posverdad es un rasgo de nuestra época y que es utilizada, más o menos conscientemente, por la gran mayoría de los actores políticos, tampoco cabe duda alguna de que es la extrema derecha quien la utiliza más frecuentemente hasta convertirse en una de las características imprescindible para poderla definir y entender.

En realidad, el proceso empezó hace décadas con el cuestionamiento y la negación de la ciencia cuando, como en el caso de las compañías tabacaleras sobre los daños del tabaco o el de las industrias de los combustibles fósiles sobre el calentamiento global, se ha trabajado para sembrar la duda y aprovecharse de la confusión pública.

Consecuentemente la posverdad se puede concebir como una especie de marco de referencia para muchas más cosas. Se trata, en síntesis, de una condición previa y elaborada o una idea, un imaginario, un conjunto de representaciones sociales o sentidos ya incorporados por las audiencias y desde son posibles fake news que se refieren a esa idea afirmándola o ampliándola. Según la crítica literaria Michiko Kakutani, además, no son solo noticias falsas: también hay ciencias falsas (fabricadas por los negacionistas del cambio climático o los antivacunas), una historia falsa (promovida por los supremacistas blancos), perfiles de “americanos falsos” en Facebook (creados por troles rusos) y seguidores o likes falsos en las redes sociales (generados por unos servicios de automatización denominados bots). Algunos especialistas consideran que más que de fake news, sería más apropiado hablar de desinformación ya que esta no comprende solo la información falsa, sino que también incluye la elaboración de información manipulada que se combina con hechos o prácticas que van mucho más allá de cualquier cosa que se parezca a noticias, como cuentas automáticas (bots), vídeos modificados o publicidad encubierta y dirigida.

La capacidad de penetración de las redes sociales es de hecho incomparable con la de los medios de comunicación tradicionales. Internet y su evolución hacia la web 2.0 han permitido superar la comunicación unidireccional de los medios tradicionales -prensa, radio y televisión- y llegar a una interacción con el público, facilitando su activación y participación. De la audiencia, en síntesis, se ha pasado al concepto de usuario, es decir, alguien que puede crear, editar y compartir contenido generado por él.

A esto debemos añadir otros elementos completamente novedosos como la perfilación de datos psicométricos extraídos de las redes sociales para predecir con precisión las ideas y decisiones individuales, la personalización de la propaganda y la capacidad de los bots para imponer agendas y manipular el peso de las informaciones que se difunden. Un caso sintomático es el que reveló el escándalo de Cambridge Analytica que influyó notablemente en el referéndum británico y en las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016.

Ahora bien, ¿Cómo se inserta en todo esto la nueva extrema derecha? La diferencia respecto a otras corrientes políticas e ideológicas es que ha sabido leer mejor que las demás los cambios de la sociedad antes mencionados, aprovecharse de las debilidades y las grietas de las democracias liberales, y entender las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías.

La nueva extrema derecha ha tomado como referente al ensayista ultraderechista ruso Aleksandr Duguin con su frase “la verdad es una cuestión de creencia […] los hechos no existen”.

Evidentemente, para que todo esto tenga un resultado debe haber un terreno abonado. Por un lado, las redes sociales, siempre omnipresentes, se han convertido en una de las principales vías para informarse, sustituyendo en buena medida a los medios tradicionales. Por otro lado, las mentiras se propagan más rápido que la verdad.

Hay dos elementos más. En primer lugar, una parte nada desdeñable de la población cree en teorías de la conspiración.

En segundo lugar, la industria de la desinformación se basa en el éxito de los medios “alternativos” que difunden continuamente fake news. Se trata de medios como Breitbart News, Infowars.com, El Toro TV, InmolaOggi, así como canales de youtube como el de Estado de Alarma en España, espacio dirigido y presentado por el periodista Javier Negre y un sinfín de blogs, a menudo financiados, patrocinados o directamente creados por líderes ultraderechistas, a los cuales se suman decenas y decenas de otros medios -desde páginas webs a podcast, pasando por canales de Youtube u otras plataformas- de la galaxia de la derecha más o menos alternativa.

Javier Negre

Alvise Pérez influencer del espectro ultraconservador

Si a esto le añadimos que los principales líderes del Partido Republicano, empezando por el entonces presidente Trump, relanzaban y alababan públicamente estos medios, podemos entender la potencial viralización que las noticias falsas propagadas por los llamados medios alternativos pueden tener en las redes sociales.

La extrema derecha 2.0, en suma, ha entendido que es provechoso ampliar aún más la desconfianza existente hacia todo lo que huele a establishment, empezando por los intelectuales, los científicos y los periodistas. Esta postura, encaja, además, con la interpretación ultraderechista de que existe una hegemonía cultural de izquierdas que impone una agenda progresista, lo que el equipo del presidente brasileño Jair Bolsonaro califica de marxismo cultural.

Cartel electoral de Vox 2021 en Madrid

La nueva ultraderecha ha demostrado saber aprovechar muy bien las nuevas tecnologías para difundir fake news y bulos, utilizando estrategias y técnicas distintas. En primer lugar, los estrategas de los partidos ultraderechistas en las campañas electorales han construido un relato basado en las emociones y los sentimientos frente a los hechos y la evidencia: lo visceral ha prevalecido netamente frente a lo racional.

En segundo lugar, los memes se asocian a la táctica del llamado Shitposting, literalmente “publicar mierda”, es decir, trolear y atacar a los adversarios políticos o sencillamente a los normies y llenar de contenido de baja calidad las redes sociales para desviar las discusiones y conseguir que lo publicado en un sitio sea inútil o, como mínimo, pierda su valor. Esta táctica tiene también la función de insensibilizar a los oyentes conforme pasa el tiempo.

La viralización no se queda solo en las redes sociales, sino que llega también a los medios de comunicación e incluso a los parlamentos. El fenómeno de retroalimentación entre redes sociales, medios tradicionales y lugares de debate público como los parlamentos es especialmente interesante y demuestra, además, la existencia de unas redes globales para la difusión de los discursos ultraderechistas. Entre estas, cabe mencionar el ya citado The Movement de Steve Bannon, pero también importantes lobbies -como el de las armas o los vinculados al extremismo cristiano -Hazte Oír- que promueven una agenda común y financian partidos de extrema derecha.

Si la narración emocional puede considerarse la estrategia de comunicación básica de la ultraderecha a escala global, las técnicas utilizadas son, como se ve, múltiples.

La viralización de mensajes, vídeos, memes en las redes sociales es la táctica más utilizada a través de una compleja red donde los influencers de extrema derecha son coadyuvados por un sinfín de perfiles falsos o automatizados -bots o sockpuppets- y activistas que practican el troleo y el shitposting.

Laura Boldrini

Cada son más frecuentes las técnicas que rozan la ilegalidad o que son punibles como un delito, como el doxxing -la revelación de datos personales de una persona con el fin de intimidar, silenciar y desacreditar públicamente voces críticas y opositores políticos- o los ataques coordinados conocidos como shit storm, literalmente, “tormenta de mierda. El caso de la política de izquierdas Laura Boldrini, defensora de la acogida de migrantes, es quizás uno de los más relevantes y preocupantes. Mientras Boldrini ocupaba el cargo de presidenta de la Cámara de los Diputados italiana, se lanzó en su contra una campaña online por parte del M5E y la Liga, ambos en la oposición por aquel entonces, que se convirtió rápidamente en una tormenta de insultos misóginos y amenazas de violación, tortura y muerte. No se trató de algo espontáneo, sino de una campaña de hate speech y acoso -dirigido, para más inri, contra el cuarto cargo más importante del Estado- coordinado principalmente por la galaxia ultraderechista del país transalpino en la cual desempeñó un papel crucial “la Bestia”, un sistema de propaganda social, de Matteo Salvini. Ésta es una poderosa máquina social en la cual trabajaban en 2019 unos 35 expertos digitales que cubrían la vida de Salvini las 24 horas del día y, así, enviaban una propaganda más personalizada a sus fieles.

A menudo estas prácticas se apoyan en las que se han denominado fábricas o granjas de trolls, es decir, empresas que se dedican a crear cuentas automatizadas, difundir noticias falsas y acosar a periodistas o usuarios en las redes sociales.

En la estrategia ultraderechista podemos diferenciar entre objetivos a corto y a medio plazo. Entre los primeros, como muestra el caso de Cambridge Analytica, encontramos ganar unas elecciones o, sencillamente, aumentar el consenso electoral.

En cuanto a los objetivos a medio plazo, la ultraderecha se propone socavar la cualidad del debate público, promover percepciones erróneas, fomentar una mayor hostilidad y erosionar la confianza en la democracia, el periodismo y las instituciones. Lo que permitiría tener el terreno mucho más abonado para la siguiente competición electoral.

Cas Mudde explicó que “durante la última década hemos permitido que la extrema derecha establezca la agenda para determinar de qué hablamos y, lo que es más importante, cómo hablamos de ello, por lo que hemos hablado de la inmigración como una amenaza a la identidad y seguridad nacional”.

Además, la extrema derecha 2.0 ha salido de la marginalidad política y se ha convertido en una opción aceptable, tanto para los ciudadanos como para las instituciones internacionales. El objetivo número uno se ha conquistado: ha conseguido normalizarse.

La presidenta de la Comisión Europea con los presidentes de Hungría y Polonia.

Es cierto que la Unión Europea ha levantado la voz contra los gobiernos de Budapest y Varsovia, pero se han tenido que esperar muchos años y, aunque Fidesz y PiS han aprobado leyes que socavan el Estado de derecho en sus países, nunca -al menos hasta ahora- las reclamaciones votadas por la gran mayoría de la Eurocámara se han convertido en medidas concretas o sanciones. Aunque a finales de 2021, el intento de Polonia de acabar con la independencia del poder judicial sí que fue valedora de una sanción de un millón de euros diario hasta que retirasen esa medida antidemocrática.

¿La nueva ultraderecha ha conquistado a los votantes de izquierda? O, mejor dicho, ¿las clases trabajadoras votan a los ultraderechistas?

La situación varía bastante de país a país y se conecta, por un lado, con el problema económico y los orígenes de cada partido de ultraderecha y, por el otro, con la mayor o menor estabilidad del sistema de partidos existente. Podríamos decir que en aquellos lugares donde la extrema derecha no procede de una escisión de los partidos conservadores tradicionales y ha planteado un discurso resumible bajo la fórmula de Welfare Chauvinism o, por lo menos, ha desarrollado una retórica dirigida a los olvidados de la globalización, hay más posibilidad de que haya conquistado votos entre las clases trabajadoras. Asimismo, donde el sistema de partidos ha colapsado o vive una situación de profunda inestabilidad, la ultraderecha tiene más probabilidades de haber conquistado al electorado de izquierdas.

Todos los estudios sobre el voto a Vox en las elecciones celebradas entre 2018 y 2021 nos muestran que la formación ultra ha pescado principalmente entre los votantes que habitualmente daban su apoyo al PP o a Ciudadanos, con una parcial excepción en las autonómicas de Cataluña de febrero de 2021 donde ha penetrado en los barrios con rentas más bajas. Ahora bien, en el caso catalán han tenido un peso relevante tanto la alta abstención como la polarización causada por el procés independentista. Por lo general, Vox ha obtenido sus mejores resultados bien en barrios muy ricos o en zonas con una fuerte presencia militar.

Lepenismo obrero

El éxito de Marine Le Pen en Francia entre la clase trabajadora se debe en buena medida al voto obtenido de los obreros más católicos que viven fuera de las grandes ciudades, tienen al menos un diploma y temen perder el puesto de trabajo que poseen.

Si pasamos ahora a los países de Europa del Este, vemos dinámicas que, aunque pueden tener algunas similitudes, son en realidad diferentes a las de la Europa Occidental. Por un lado, hay que tener en cuenta el peso de la memoria comunista en estos países que marca una diferencia clara respecto a la parte occidental del continente. A esto se suman también las políticas fuertemente neoliberales aplicadas con ahínco y convicción por los partidos de centroizquierda a partir de los años noventa del siglo XX: la mayoría de partidos socialistas fue tan neoliberal que las diferencias con Thatcher son prácticamente invisibles. Y esto conllevó una profunda decepción entre una parte considerable de las clases trabajadoras que vieron disminuir su capacidad adquisitiva. En los países de la Europa Oriental esta fractura es aún más profunda.

Como se ve, la cuestión es compleja y repleta de matices y peculiaridades que dependen en muchos casos de los contextos nacionales.

Podemos decir, por tanto, que más que el votante de izquierdas de la clase trabajadora vote a la ultraderecha, lo que se ha producido es una radicalización de ese votante de clase trabajadora que no votaba a la izquierda: de la derecha clásica habría pasado a la extrema derecha, una dinámica, por otro lado, que se percibe en buena medida también en otras clases sociales. Además, hay un factor decisivo que hay que tener en cuenta y es el aumento generalizado de la abstención entre las clases trabajadoras.

Por último, hay que mencionar también la brecha educativa que, como han mostrado diferentes estudios, parece ser un elemento de esencial importancia para explicar el voto a las extremas derechas. Estos datos no deberían extrañar ya que el nivel de educación influye notablemente en nuestros valores y en cómo interpretamos el mundo.

CAPÍTULO 4: MANUAL DE INSTRUCCIONES PARA COMBATIR A LA EXTREMA DERECHA

Asalto al Capitolio estadounidense 6/01/2021

Viktor Orbán lleva más de una década desmontando el Estado de derecho en Hungría: desde mediados de 2010 se ha aprobado una nueva Constitución, se han recortado el número de parlamentarios, se han ocupado las instituciones, se han controlado los medios de comunicación y se han recortado los derechos de las minorías. Desde 2015 en Polonia ha pasado algo similar. En Estados Unidos, los republicanos -especialmente vinculados al Tea Party y a la corriente trumpista- llevan años manipulando las circunscripciones electorales en muchos Estados de la federación con el objetivo de mantenerse en el poder -el llamado gerrymandering- y trabajan para restringir el derecho a voto en algunas comunidades, como la afroamericana.

Grupo supremacista blanco "Proud Boys"

En todo el mundo occidental, además, han aumentado los delitos de odio con motivaciones étnicas, religiosas, raciales, homófobas y machistas. De acuerdo con el índice global de terrorismo, elaborado por el Instituto de Economía y Paz, entre 2015 y 2020 los atentados terroristas de extrema derecha han crecido un 320 por 100 en todo el mundo, superando al terrorismo yihadista. El departamento de Estado norteamericano ha llegado a definir el supremacismo blanco como “la amenaza más persistente y letal en el país”, mientras que el ministro del Interior alemán, Hoorst Seehofer, lo ha considerado “la mayor amenaza” para la democracia del país germano.

A continuación, se enumeran algunas propuestas concretas para combatir a la extrema derecha 2.0:

PARA COMBATIR A LA EXTREMA DERECHA ES NECESARIO ESTUDIARLA

Sin conocer un fenómeno es imposible entenderlo y, por consiguiente, combatirlo.

Comparado con el fascismo histórico -visto, al menos, con las lentes del presente- y el neofascismo de hace unas décadas, la extrema derecha 2.0 es más “presentable”, habla el lenguaje de la gente común y sabe moverse como pez en el agua en el mundo digital. Además, se presenta como transgresora, provocadora, cool e incluso antisistema creando una notable confusión ideológica.

¡ES UN FENÓMENO GLOBAL, ESTÚPIDO!

Por más que todos estos partidos nos parezcan diferentes, únicos o incomparables, se trata de una gran “familia” ultraderechista a nivel internacional: si no pensamos a escala global caeríamos en un craso error. Además, es una familia que dispone de lazos transatlánticos extremadamente estrechos.

Abascal, Espinosa de los Monteros y Tertsch

Por un lado, existen foros y encuentros que permiten la comunicación y el intercambio de ideas entre estas formaciones, como la Conferencia de Acción Política Conservadora de los republicanos estadounidenses -que suele invitar a los principales líderes de la ultraderecha europea- o los partidos y grupos parlamentarios en que se reúnen estas fuerzas a nivel comunitario-como Identidad y Democracia (del que forman parte la Liga de Matteo Salvini y Alternativa para Alemania) o los Conservadores y Reformistas Europeos (al que pertenecen Vox y Hermanos de Italia, cuya líder, Giorgia Meloni es su presidenta)-.

Marion Maréchal Le Pen con representantes de Vox en su filial del ISSEP en Madrid

Por el otro lado, existen think tanks ultraderechistas que organizan congresos y conferencias para poner en relación a los dirigentes políticos de distintos países y compartir ideas, tácticas y estrategias, como la Fundación Edmund Burke de Estados Unidos, el Instituto Danubio de Hungría, Nazione Futura en Italia o el Instituto Herzl en Israel. No es casualidad, de hecho, que estas fundaciones sean las patrocinadoras de la conferencia sobre el nacional-conservadurismo organizada en Roma en febrero de 2020 en la cual participaron Orbán, Meloni, Marion-Maréchal Le Pen, el líder ultraderechista holandés Thierry Bauder o, entre otros, el intelectual conservador ultraortodoxo israelí Yoram Hazony.

Bus de Hazte Oír

De fondo, y a menudo entre bambalinas, hay lobbies que hacen un trabajo aún más importante, como el integrista cristiano o el de las armas. Además de financiar a estos partidos, promueven una agenda común y ponen a disposición informes, estudios y, a veces, el acceso a medios de comunicación. Además, el integrismo cristiano dispone de un amplio y muy activo entramado de organizaciones, asociaciones e institutos, como el Congreso Mundial de las Familias o HazteOír-Citizen Go que, según diferentes investigaciones periodísticas, habría impulsado y posiblemente también financiado a Vox.

NUNCA VENCEREMOS AL MONSTRUO SI NO ENTENDEMOS LAS RAZONES DE SU AVANCE

¿Por qué la nueva extrema derecha se ha arraigado en una mayoría de países hasta convertirse en hegemónica en algunos de ellos?

Evidentemente, cada contexto nacional tiene sus peculiaridades, pero podemos detectar una serie de razones más generales.

En primer lugar, las razones económicas: el aumento de las desigualdades, el debilitamiento del Estado de bienestar, el creciente abandono de amplios sectores de la población que se encuentran en los márgenes de la sociedad o la precarización del trabajo… En síntesis, las consecuencias de la imposición del modelo neoliberal a partir de la década de los años ochenta del siglo XX.

En segundo lugar, las razones culturales: la centralidad de temáticas -como el aborto, los derechos de las minorías, la inmigración, el matrimonio homosexual, el feminismo, etc.- polarizan nuestras sociedades y rompen a menudo los clivajes políticos tradicionales llegando a producir el cultural backlash, esto es, una reacción cultural de parte de la población.

En tercer lugar, las razones sociopolíticas: la democracia liberal representativa vive una profunda crisis, nuestras sociedades están deshilachadas, los partidos políticos ya no cumplen con la función de correa de transmisión y válvula de escape entre territorios e instituciones, los sindicatos tienen enormes dificultades para adaptarse a una realidad plenamente posfordista y la desconfianza de la ciudadanía sigue en aumento.

En cuarto lugar, las razones ideológicas: vivimos una época de crisis de las ideologías que han marcado la época contemporánea. Se trata de una crisis que, sobre todo en Occidente, es más generalizada: una crisis de valores y referentes. A todo esto se debe añadir que una parte de la población ve con miedo los cambios rápidos que estamos experimentando y pide protección y seguridad. A su manera, la extrema derecha sabe ofrecérselas, dando respuestas sencillas a problemas complejos.

HAY QUE ELABORAR UNA RESPUESTA POLIÉDRICA

Toca elaborar una respuesta poliédrica que tenga en cuenta que, ya que las razones del auge de la extrema derecha son múltiples, también las respuestas deben ser plurales.

Así que no nos engañemos: tampoco basta con actuar en un nivel, sea el institucional, el político, el social, el económico o el cultural. Del pozo o se sale conjuntamente o no se sale.

LA RESPUESTA DE LAS INSTITUCIONES Y LOS PARTIDOS DEMOCRÁTICOS

Desde las instituciones se debe, en primer lugar, evitar la infiltración de la ultraderecha en los aparatos del Estado, empezando por los más sensibles como las fuerzas de seguridad. También hay que evitar células ultraderechistas o simpatizantes de la extrema derecha dentro de las Fuerzas Armadas. Debe haber una respuesta contundente de las instituciones a las cartas y declaraciones de militares retirados españoles en grupos de WhatsApp que ponen en duda la legitimidad de un gobierno democráticamente elegido y llegan a plantear la aniquilación de todos los electores de izquierdas (recordando rémoras del pasado).

Unidad militar de élite alemana KSK

En segundo lugar, los partidos democráticos tienen que implementar los cordones sanitarios para impedir el ingreso de la extrema derecha en los gobiernos y las instituciones: esto afecta, sobre todo, pero no solamente, a las formaciones de la derecha conservadora tradicional que, en este asunto, debería actuar como Merkel y no como Johnson, Berlusconi o Casado. El cordón sanitario no es ni de lejos la solución del problema: es un paliativo o, si se quiere, un primer dique para evitar que la marca ultraderecha entre en las instituciones. La extrema derecha no desaparecerá si compra su discurso o si se alía con ella. Al contrario, de esta forma, además de hacer un flaco favor a los valores democráticos, se la legitima y se la desmarginaliza. Y el resultado suele ser uno de dos: o bien la ultraderecha se convierte en hegemónica -véase el caso italiano con la Liga y Hermanos de Italia que han devorado a Forza Italia- o bien la derecha tradicional se ultra derechiza en cuanto a discurso y propuestas políticas, manteniendo, de todas formas, como una opción válida a la ultraderecha -véase el caso austriaco o el danés, además del español-. Los partidos democráticos deben ser, como los definen Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, los “guardianes de la democracia”.

El Parlamento Europeo

En tercer lugar, en un ámbito estrictamente europeo, las instituciones comunitarias deberían agilizar los trámites para poder actuar contra un gobierno que no respeta el Estado de derecho, como son los casos de Hungría y Polonia.

En cuarto lugar, se debe promover la investigación de las conductas antidemocráticas, ilegales o alegales de las formaciones de ultraderecha. Como, por ejemplo:

a)     Cuando se dan casos de acciones violentas contra sedes institucionales, opositores políticos, ciudadanos extranjeros, etc., se deben investigar a fondo las responsabilidades y actuar consecuentemente.

b)    Por diferentes estudios se sabe que la ultraderecha recibe financiación que no siempre respeta la legislación existente en los diferentes países. En muchos casos la financiación llega a través de redes opacas vinculadas a lobbies globales. Hay mucho que trabajar en este ámbito y, aunque la ingeniería financiera utilizada es extremadamente compleja, hoy en día nuestras instituciones disponen de herramientas suficientes para detectar los movimientos de dinero y evitar que formaciones políticas se enriquezcan ilegalmente gracias a poderosos lobbies internacionales.

c)     La gran batalla del siglo XXI será la de los datos. Como sugiere Christopher Wylie, es necesaria una mayor regulación del espacio digital. En pocas palabras, Wylie nos dice que es inaceptable que grandes empresas (o directamente partidos políticos) puedan llevar a cabo experimentos sobre los ciudadanos en las redes sociales utilizando sus datos y desarrollando tecnologías manipuladoras y que por eso es necesario regular el espacio digital.

d)    A menudo la ultraderecha promueve directa o indirectamente el hate speech -discurso del odio- en las redes sociales, llevando a cabo las que se definen Shit Storms -tormentas de mierda- a través de trolls y perfiles automatizados o falsos, como los bots o los sockpuppets. Las instituciones deberían presionar a las grandes empresas tecnológicas para que desarrollen y apliquen unos estrictos y creíbles reglamentos al respecto, bajo la supervisión de los poderes públicos, además de implementar una legislación que combata de forma eficaz el hate speech y la difusión de bulos, fake news y teorías del complot, como en el caso de la teoría del “Gran Reemplazo” o Q-Anon. De fondo, es también necesario que se desarrollen organismos que combatan la desinformación y la viralización de fake news en el ámbito institucional.

 

Andrew Martanz

No se equivoca el periodista de The New Yorker Andrew Marantz cuando afirma que lo que necesitamos, al fin y al cabo, es “un nuevo vocabulario moral, social y político”.

Por último, hay cuatro cuestiones que las instituciones y los partidos políticos -sobre todo cuando llegan al gobierno- deberían tener en cuenta.

En primer lugar, los partidos políticos deberían abordar los temas que les conciernen y defenderlos desde posturas democráticas. Es decir, se debe evitar que la estrategia de la ultraderecha de marcar el debate político tenga éxito.

En segundo lugar, los grandes partidos democráticos deberían llegar a un acuerdo de mínimos para que ningún ciudadano sea abandonado o dejado atrás.

En tercer lugar, los partidos y las instituciones deberían tomarse muy en serio la cuestión de la profunda desconfianza existente entre la ciudadanía y trabajar para reducirla, haciendo las instituciones más transparentes y cercanas a los ciudadanos.

En cuarto lugar, las instituciones deben reducir la brecha educativa que es una de las causas del crecimiento de la ultraderecha. La calidad de la educación, así como su gratuidad, debería ser un objetivo compartido.

LA RESPUESTA DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN

Los medios de comunicación tienen una parte nada desdeñable de responsabilidad en el avance de la extrema derecha, convirtiéndose consciente o inconscientemente en altavoces de sus discursos. No es posible convertir en “noticias”, sin ninguna contextualización o comprobación, las declaraciones de los Salvini, los Abascal o los Trump cuando están basadas en mentiras. Los medios -y no solo los más cercanos ideológicamente a la ultraderecha- no pueden hacerle propaganda gratuitamente. Al mismo tiempo, no pueden comprar los marcos ultraderechistas: el caso de la inmigración salta a la vista.

Por parte de los medios debe haber, en síntesis, una mayor ética periodística -bastaría con seguir los códigos deontológicos existentes en la mayoría de los casos- y un mayor esfuerzo para contrastar las informaciones, evitando divulgar bulos y fake news. Los medios deben evitar buscar el clikbait e invertir más en los departamentos de fact-checking, siguiendo el ejemplo de algunos grandes periódicos internacionales -como The New York Times o The Guardian- que han sido pioneros en esto o asociándose a los consorcios surgidos en los últimos tiempos, como The Tust Project en el ámbito internacional o Comprobado en el español. No se pueden comprar acríticamente conceptos que blanquean a la extrema derecha.

LA RESPUESTA DESDE ABAJO

La mayoría de los movimientos sociales -desde los colectivos antifascistas y los antirracistas hasta los feministas- avisaron hace tiempo de la amenaza de la ultraderecha: en muchos casos, sus acciones han sido cruciales. Como la que el movimiento antifascista llevó a cabo en Creta consiguiendo en 2018 echar a Amanecer Dorado de la isla griega.

Más que un antifascismo de combate, en el contexto actual es más útil un antifascismo que constituya espacios de apoyo mutuo y que pueda frenar la penetración de las ideas de la extrema derecha en lo social.

En esta situación, el movimiento feminista puede -y debe- desempañar un papel importante. Un feminismo, en síntesis, que salga de su zona de confort, que sea empático con las demás luchas y que sepa explicar también a los hombres que el feminismo es un proyecto también para ellos para que no se sientan rechazados o “amenazados”.

Sin embargo, no podemos esperar que sean solo los activistas los que nos saquen las castañas del fuego. Debe haber una corresponsabilidad por parte de todos nosotros, cada uno con sus posibilidades y sus capacidades.

LA RESPUESTA DE LA IZQUIERDA

A veces no faltan las respuestas progresistas a los retos de nuestro tiempo: lo que falta son empatía y capacidad de comunicar con quien piensa distinto. También así se construye la hegemonía.

La socialdemocracia debe librarse de la losa neoliberal, volviendo a hacer políticas sociales y luchar contra las desigualdades.

La izquierda, en suma, tiene que volver a dar la batalla cultural que, en las últimas dos décadas, ha ido ganando la extrema derecha. Esto no se hace en dos días: toca arremangarse y picar piedra durante un tiempo largo. Hay que crear escuelas políticas, dedicar tiempo y dinero a la formación, debatir y saber comunicar.

Por último, la izquierda debe tener la valentía de salir cada vez más de su zona de confort, intentando, por ejemplo, forjar amplias alianzas para proteger la democracia con partidos y sectores de la sociedad políticamente lejanos. ¿Hoy en día sería tan difícil llegar a acuerdos con los liberales o, incluso, con sectores de la derecha democrática para evitar que estas cayesen en el abrazo del oso que le tienden los ultras? Nadie perdería su identidad, ni sus proyectos políticos. Se trataría sencillamente, de unos acuerdos para proteger el Estado de derecho y evitar la instauración de dictaduras iliberales, es decir, autoritarias. Una democracia se puede perder muy rápidamente, pero para recuperarla se pueden necesitar años o, incluso, décadas. No lo olviden.

¿Y LOS JÓVENES?

Los jóvenes están sobre todo insatisfechos con esta democracia. Ahora bien ¿Cómo se concreta esa insatisfacción? Por una parte, sin duda, participando en movimientos sociales o en asociaciones y organizaciones de la sociedad civil, mayoritariamente desvinculadas de los partidos políticos, que luchan por causas concretas. Por el otro, sin embargo, también apoyando o votando a partidos de ultraderecha concebidos como una opción rupturista y antisistema.

Resumiendo, entre los jóvenes la percepción de que nuestras democracias deben ser mejoradas es mayoritaria. Lo que pasa es que esta insatisfacción comporta también un más o menos marcado desinterés hacia la política que se traslada a niveles de abstención generalmente más altos que en la media de la población y, no se olvide, a una concepción negativa de la democracia en sí. La elección de la papeleta de la ultraderecha se debe probablemente a este tipo de enfoque.

Adolfo Suárez votando en las elecciones generales de 1977

En conclusión, debemos recordar que la democracia se ha conquistado tras duras y largas luchas y nadie nos puede asegurar que sea imposible dar pasos hacia atrás. La extrema derecha 2.0 es algo distinto al fascismo de la época de entreguerras: esto no implica, sin embargo, que no sea una verdadera amenaza para nuestras democracias. Si el modelo al cual miran los Abascal, los Salvini, las Meloni, las Le Pen o los Jansa, como parece, es la orbanización, esto es, un régimen autoritario en la práctica, la democracia se convertirá en un lejano recuerdo. Por eso, debemos de dotar a nuestras democracias de los anticuerpos necesarios para luchar contra los virus ultraderechistas que, bajo una retórica supuestamente democrática, solamente pretenden vaciar la democracia de su contenido y destruirla desde dentro.